El alma del volcán (completa)

28. Amado y Octavio (FINAL)

Para Amado, las horas siguientes se sintieron irreales. ¿De verdad había tenido lugar esa conversación con Octavio, o era todo un sueño?

Su cuerpo seguía adolorido, pero incluso cuando quedó a solas, su mente era un carnaval de emociones revolucionadas, cada una más ruidosa que la anterior. Estaba la urgencia por salir del hospital; la expectación por lo que seguiría a continuación; las ansias por compartir con Octavio no solo besos y caricias, sino todo lo que tenían para ofrecerse el uno al otro.

—No tengo mucha experiencia —le había advertido Octavio en un susurro—, pero sí me gustaría estar contigo... en todos los sentidos posibles.

La sola idea había bastado para activar una especie de descarga eléctrica en el interior de Amado, que siguió titilando hasta mucho después de la partida de Octavio. A veces era apenas un hormigueo y otras se convertía en un relámpago, cuando recordaba la forma en que Octavio se lo había dicho, mirándolo a los ojos con intensidad.

El día se le hizo largo. Agradeció que, durante la tarde, su familia reemplazara los teléfonos perdidos. Eso le permitió volver a tener una línea de comunicación con Octavio, quien le dijo entonces que le enviaría un cuestionario de múltiple opción para que indicara sus preferencias en una relación.

Amado se lo comentó a Carla al pasar por mensaje, creyendo que se trataba de una simple broma, pero ella respondió que sonaba a algo que él haría. Tenía razón: el cuestionario llegó unas horas después, con preguntas que iban desde qué consideraba romántico a detalles mucho más íntimos, como cuáles eran sus zonas sensibles y sus límites. Venía acompañado de la indicación de responder cuando quisiera, y solo si le nacía hacerlo, sin compromisos.

Amado comenzó a recorrer la lista con una sonrisa incrédula en el rostro, y a medida que avanzaba su cuerpo fue reaccionando a las preguntas con una nueva ráfaga de chispazos de anticipación, mientras imaginaba las respuestas. Al terminar, sin embargo, sus emociones eran de otra índole: tenía un nudo en la garganta que amenazaba con desatarse y culminar en más lágrimas, por si no había llorado lo suficiente en las horas pasadas. No recordaba que alguien hubiera tomado tan en cuenta sus deseos en su vida entera.

Esa noche se le hizo difícil dormir; del otro lado de la pantalla, Octavio estaba igual que él. Amado se lo imaginó intercambiando mensajes desde la cama de su cuarto y deseó poder estar con él, pero eso tendría que esperar un poco más. Luego de conversar un buen rato, terminaron por intercambiar dinosaurios hasta que el cansancio los venció por fin.

Aunque Luca había sido arrestado el mismo día de la aventura —luego de que Calista llamara a la policía mientras ellos dos devolvían el huevo al volcán—, el maldito se las ingenió para invadir sus sueños, que fueron agitados. No era la primera vez que tenía una pesadilla con él ni sería la última, pero a diferencia de otras, Amado ya no estaba solo en el sueño. Junto a él estaba Octavio, que aparecía para guiarlo hacia la salida de un laberinto de sombras, entre las que Luca se escondía.

Volver a su casa le resultó extraño, pero le alivió ser recibido por Mario, quien le sonrió desde la puerta. En su cuarto encontró que el escritorio estaba colmado de tarjetas de buenos deseos y regalos, entre los que había una caja de preservativos acompañada de una nota que decía: «Para que esta vez no se les acaben ;)». Luego de contemplarla por un largo rato, tan avergonzado que temió que su propio pelo pasaría a tomar el rojo de sus mejillas, Amado le sacó una foto y se la envió a Octavio.

Más tarde pudo hablar a solas con Alana, que se había aguantado cualquier tipo de reproche en el hospital.

—Tienes suerte de que no tuviera tanto interés en la fiesta —dijo ella—, porque te robaste todo el protagonismo al día siguiente.