26. Octavio y Amado conocen a la verdadera mamá gallina

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Mientras el helicóptero sobrevolaba el paisaje, un mar de elevaciones de distintos verdes, Octavio dividió su atención entre la silueta del volcán —cada vez más cercana— y Amado, que miraba al frente con decisión. Llevaba puesto el mismo traje claro del día anterior, con la diferencia de que ahora parecía haber sido masticado por un dinosaurio. A pesar de todo, Amado se mantenía erguido y con la frente en alto, aunque el sol de la mañana le obligaba a entrecerrar un poco los ojos.

—Bueno, ahora ya conoces a mi ex —dijo Amado, mirándolo de reojo con una sonrisa triste—. Perdón por meterte en este lío, te preguntarás cómo pude ser tan idiota como para estar con él. Pero obviamente, esto de meterme en baúles es nuevo, él fue mucho más sutil para atraparme en su momento...

En respuesta, Octavio apretó la mano de Amado, que manejaba la palanca de control, y dijo:

—Las malas acciones de otros no son tu culpa. No son una falla tuya...

Los ojos de Amado se llenaron de lágrimas. A Octavio se le arrugó el estómago de solo pensar en lo que había tenido que enfrentar la noche anterior, mientras él dormía junto al huevo. Por más que de momento se viera entero, los vestigios estaban allí: en los moretones que se asomaban entre los pliegues de su ropa; en el pelo, convertido en un caos. Le desesperó no poder abrazarlo y pedirle perdón por no haber tomado suficientes precauciones; pero esperaba tener la oportunidad apenas todo terminara. Primero tenían que cumplir con su objetivo.

En el camino hacia el volcán volaron sobre lagunas y cascadas que emergían de entre la vegetación, cada vez más frondosa. El mar era una franja azul a la distancia. A medida que se acercaban, el volcán fue creciendo en tamaño y el aire cristalino de la mañana comenzó a oler a azufre.

Inquieta, la montaña rugió de nuevo, y un cúmulo de cenizas cubrió por completo la cima del volcán, ahora tan cercano que Octavio se volvió consciente de lo pequeños que eran ellos en comparación. Un bramido que salió del cráter hizo que el aire vibrara, y el helicóptero se sacudió como si hubiera sido golpeado por un rayo. Al mismo tiempo, una extraña electricidad se expandió por todas partes.

A Octavio se le puso la piel de gallina. Tenía la maleta donde cargaba el huevo apoyada contra sus piernas; a través de la tela, le pareció sentir que este palpitaba, y la sensación fue en aumento a medida que se aproximaban a la cima. Para entonces, el verde de las laderas ya no era casi visible: se estaban adentrando en una zona donde la nube de ceniza era más densa. Además de que eso le dificultaba la respiración y hacía que los ojos le picaran, Octavio recordaba las palabras de Calista sobre cómo las emisiones de un volcán podían afectar el motor de un helicóptero.

—Trataré de volar directamente sobre el cráter —dijo Amado, con la voz un poco sofocada.

A Octavio le sorprendió que su cuerpo no se sintiera tan afectado como debería: era como si se adaptara con rapidez al ambiente hostil. Poco a poco, su respiración y sus ojos irritados se fueron ajustando a la situación, hasta que de entre la densa bruma que rodeaba al cráter vio emerger la cabeza de una criatura colosal.

Al principio solo pudo ver su mirada llameante, del color de la lava; luego, la silueta del hocico y de los cuernos que adornaban su cabeza. Habría podido tragarse el helicóptero, de haber querido: la boca era enorme, y de ella se asomaban colmillos que eran más grandes que el de cualquier animal del presente o del pasado. Su piel estaba recubierta de escamas rojizas, similares a las que Octavio había visto en su sueño, pero ya tenía claro que aquello había sido más que una visión onírica. Los sueños eran la forma de comunicarse de aquel ser, así que ellos ya se habían encontrado antes; al mirarlo a los ojos, vio una chispa de reconocimiento en ellos.

Más allá de su aspecto amenazador, aquella no era la bestia despiadada de las leyendas, sino un animal inteligente, que entendía por qué estaban allí, que había confiado en ellos. Solo quería que le devolvieran lo que era suyo.

El alma del volcán (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora