PESADILLA

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Corro por todo el pasillo del hospital hasta llegar a la recepción. Los chicos vienen detrás de mí.

—Benjamín Roth —le digo con desesperación a la enfermera que está sentada frente a la computadora—, ¿en qué habitación está? —Me sujeto fuertemente del mueble de la recepción, mis piernas están débiles y mi corazón se ha acelerado tanto que lo puedo percibir en mi garganta.

La enfermera busca en la computadora por un par de segundos y después de un tiempo levanta la mirada.

—Aún sigue en operación. Algunos de sus órganos están comprometidos y uno de los más afectados son sus pulmones. ¿Qué es para el paciente?

No debería de haberme preguntado eso antes de darme toda esa escalofriante información.

—Su hija.

—Necesito que su mamá venga a llenar unos documentos.

¿Mi mamá? Daría lo que fuera porque ella estuviera aquí. No quiero lidiar con esto mamá, solo tengo quince años. Rompo en llanto. Mi vida se siente como una enorme piedra sobre mi espalda, sin importar lo que haga pareciera que el mundo se empeña en hacerme infeliz.

Milo se acerca, me abraza y me da un beso en la cabeza. Hago que mi frente repose sobre su pecho mientras me escondo como un pequeño cachorro entre sus manos, dejando que mis lágrimas empapen su abrigo caqui que tanto le gusta.

—Le doy un consejo, no asuma cosas. Pregunte. —le dice Ria, haciendo énfasis en la última palabra—. Eider no tiene a otro familiar, solo son ella y su papá. Así que —escucho un golpe sobre el mueble— debe haber otra forma de llenar el tonto papel.

¿Ella está ayudándome? ¿Por qué? Nunca he tenido una mejor amiga, sin embargo, tenía entendido que si tu mejor amiga odia a alguien es tu deber odiarla junto con ella, pero ella no me odia.

—¿Tal vez algún otro adulto? —Escucho a Neel.

—¿Algún tutor al que podamos llamar en caso de emergencia? —suelta la enfermera empeorando mi situación.

Tan solo escuchar esa palabra se me retuerce el estómago, empujo a Milo sin despegarme de él. Mi amigo me sigue el paso hasta que noto que hemos quedado lo suficiente lejos de Neel y Ria y me detengo, levanto la mirada, porque él es mucho más alto que yo.

Él me observa cuidadosamente y luego aparta con el pulgar una lágrima que rodaba por mi mejilla.

—No puedo llamar al tío Yitzhak —le digo.

—¿Por qué no?

Vuelvo a clavar la cabeza sobre su pecho mientras me aferro a su abrazo.

—Desde que murió mamá, él no quiso saber nada más de nosotros. Nos culpa por su muerte.

—¿Por qué haría algo así?

—Mamá odiaba viajar en tren, pero ella se había empeñado en conseguir un trabajo en otra ciudad, quería que tuviera una buena vida, aún más cuando mi hermano venía en camino, apenas y nos alcanzaba con el sueldo de papá, por lo que no dudó en subirse en ese tren para ir a su entrevista de trabajo. Ese día antes de subirse al tren de regreso llamó a papá diciendo que había conseguido el trabajo, estoy segura de que él estaba muy feliz, él se contentaba con todo lo que hacía feliz a mam. —Succiono mis fluidos nasales—. Pero el tío Yitzhak en el funeral se acercó a papá y le dijo que era su culpa que ella ya no estuviera, que, si él hubiera conseguido un mejor empleo o se hubiera preparado más, mamá no hubiera tenido que buscar el empleo, y lo dejó muy claro, que nunca lo llamemos ni lo visitemos, porque para él nosotros habíamos muerto.

De Enero a DiciembreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora