NEEL

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El helado aire acaricia mi rostro, mis manos sudan y mi corazón bombea a la velocidad de un tren a más de cien. Trago saliva mientras todo a mi alrededor se mueve en cámara lenta. Las hojas de los árboles caen con lentitud sobre la acera, pequeñas gotas se desploman desde el cielo y las luces de la ciudad están a punto de ser encendidas.

—Vamos Eider, no es tan difícil —me dice Milo desde abajo. Se ve tan pequeño desde aquí.

Sostengo la tabla al borde de la rampa en tanto que mi otro pie está en tierra firme, se supone que ambos pies tienen que estar sobre los tornillos de la patineta, luego debería impulsar mi cuerpo hacia adelante y dejarme ir.

Milo ya me ha enseñado algunas cosas básicas desde que salimos de casa, se ha empeñado en comprarme una patineta, aunque le dije que no era necesario, que lo acompañaría cada vez que me lo pidiera, incluso así dijo: «Será más divertido si tienes la tuya».

—Eider, por el amor que le tienes a los frijoles, bájate de una vez, apenas es una pequeña bajada —me reprocha.

Papá le ha dado demasiada información sobre mí, ya ni me pregunto de donde sabe que amo los frijoles. Doy un enorme suspiro, no es como si la rampa fuera del tamaño de una casa o algo así, realmente es de una magnitud considerable, pero, aun así, se siente gigante.

—No creo que pueda —le digo, viendo la distancia hacia el suelo.

Él trepa hasta donde estoy. Me mira, tiene la nariz roja como un tomate debido al clima, ya casi son las seis y media de la tarde.

—Tienes que hacerlo así. —Pone ambos pies sobre su tabla y se baja como si fuera la cosa más fácil del universo.

Sin pensarlo, hago exactamente lo que él hizo, cierro los ojos por segundos y cuando estoy abajo, él grita.

—Así, Eider, así. —Él aplaude con tanta emoción que me desconcentro y me caigo de la tabla. Rueda hacia donde estoy y me da la mano—. ¿Estás bien?

Alcanzo su mano.

—¡Ha sido increíble! —le digo, parándome de golpe.

Ambos nos reímos.

—Vamos, te llevaré a casa.

Ubico mi mano sobre su hombro mientras salimos del lugar, llegamos a la parada del metro y me lanza una mirada. Se ha colocado un gorro azul de hilo de esos que parecen tejidos por las abuelitas y sus chamarras le llegan por los talones, en sus manos lleva las tablas, una de cada lado.

—¿Qué? —le digo.

—Nada, es solo que lo has hecho bien para ser tu primer día.

—Ya sabes, tengo mis virtudes. —Le guiño un ojo.

Suelta una carcajada.

—Eso es lo más sexy que he visto —me dice en tono burlón.

Me río.

—Puedo hacerlo mejor, ¿quieres ver?

Me mira expectante. Le vuelvo a guiñar un ojo y estiro mis labios como si le fuera a dar un beso al aire. Se ríe echando la cabeza hacia tras.

—Por un fakie5, eso es horrendo. No lo vuelvas a hacer. —Se cubre la cara con las tablas.

—Tú lo pediste. —Le doy un codazo.

Llega el metro que es básicamente un tren y nos subimos. Nos sentamos en los últimos asientos, recuesto mi cabeza sobre su hombro como suelo hacerlo con mi padre y me quedo allí viendo las hileras de casas a través de la ventana, tienen colores bastante pálidos: azul, amarillo, verde, concho de vino, todos desgastados y avejentados. Las luces de la ciudad brillan como estrellas a medianoche, los letreros de los diferentes restaurantes se extienden por la vía en tonos neón. El tren ahora va por debajo de la ciudad y se vuelve todo gris mientras la música de Lewis Capaldi Someone you loved suena por los altavoces.

De Enero a DiciembreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora