Nuestro último cigarrillo

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Había pasado un mes desde que nos habíamos embarcado en este viaje. Un mes en el que Damiano y yo, habíamos recorrido todos y cada uno de los rincones de Italia. Aún así, tenia la sensación de que aun quedaban mil y uno más por descubrir. Que me faltaban vidas para descubrir todos y cada uno de ellos. Había pasado un mes desde que deje Roma, mi hogar, a mi familia, mientras me fugaba con el amor de mi vida a cientos de lugares de ensueño, donde me daba cuenta una y otra vez lo afortunada y lo amada que me sentía a su lado. Que lejos quedaban ya todos los problemas, las dudas, las mentiras, y todo aquello por lo que habíamos pasado y nos había mantenido separados. Ahora, pese a estar luchando contra algo más fuerte y peligroso, sentía que el vínculo que me unía a Damiano era tan fuerte que nada podría romperlo. Ni siquiera la muerte. Pasase lo que pasase, era suya, en cuerpo y alma, y sabía que siempre estaría con él, aunque solo fuese en forma de recuerdos. Habíamos dejado nuestra esencia en todos aquellos pasos que habíamos dado por la plaza del Duomo de Milán, en el balcón de Verona, en las góndolas de Venecia. Habíamos creado nuestra propia historia solo con una moto y un amor tan grande como el que nos teníamos. Había conseguido tachar todos y cada uno de los lugares de mi lista. Eso significaba que pronto volveríamos a casa.

- ¿Cómo te encuentras? – La voz de la Doctora Uccello me llega alta y clara a pesar de que la conexión de este hotel en las afueras de Milán es de pena.

- La verdad es que ahora estoy mejor. Estos días tuve fiebre, pero supongo que es cosa de la quimio. – Digo, mientras paso mi pelo con cuidado entre mis dedos, volviendo a llevarme un par de mechones con él. - ¿Cuándo se me caerá completamente?

- Depende de cada caso. Normalmente ocurre al mes o dos meses de comenzar el tratamiento, aunque también depende de los ciclos de quimio que te hayas dado. - Asiento en respuesta y ella trata de sonreírme de forma comprensiva. – Te aconsejo que no esperes a que se caiga de golpe, lo mejor es que te lo cortes antes. Es un gran shock, pero en ocasiones es mejor que ver como se cae.

- Tengo la intuición de que debo dejarlo aún. No sé por qué.

- ¿Cuándo vuelves a Roma? Me gustaría comprobar que tal esta respondiendo el tratamiento, pero prefiero que estés presente.

- Bueno, tendré que consultarlo con Damiano, pero creo que no nos queda ningún destino más que visitar.

- De acuerdo.

- ¿No lo ha comprobado ya? – Digo con cautela, extrañada porque no haya comprobado antes que tal esta funcionando todo. Ella desvía la mirada en respuesta. - ¿Lo ha hecho?

- Sí, pero quiero... - La corto antes de acabar.

- No quiero saberlo. – Digo sonriente. – No quiero preocuparme por ello ahora. No mientras estoy disfrutando de la vida por una vez. Esperare a volver.

- Como desees. Nos vemos pronto Roxanne. Cuídate.

Cuando colgué la llamada dirigí mi mirada a través del balcón de aquel hotel. El cielo estaba nublado de un color tan blanco y sentía como el frío calaba mis huesos que intuí que en cualquier momento se pondría a nevar. Llevaba años sin ver la nieve. Habían pasado tres años desde la última vez que fui a la cabaña de Colorado a pasar la navidad con Ross y su familia. Aquella cabaña siempre estaba rodeada de un gran manto de nieve. Recordé aquellos momentos y descubrí que aquella felicidad era muy distinta de la que sentía ahora. Aquella era una felicidad etérea, sabía que estaba ahí, pero en ocasiones como aquella, donde toda la familia se reunía y sentía el calor de aquel hogar, aunque fuera estuviese todo helado, era donde más la sentía. La felicidad que sentía ahora era desenfrenada, pura, visible allá por donde pasaba. No sabía si era por Damiano, o porque necesitaba disfrutar todos los momentos como si fuesen los últimos. Pero jamás había experimentado nada igual. Seguí mirando ese cielo, mientras mis manos se abrazaban a mi cuerpo, tratando de darme calor. Justo entonces, la puerta de la habitación se abrió y Damiano entró, ataviado con un gran abrigo rojo y un gorro de lana negro. Llevaba unas bolsas en las manos y tenía la cara roja del frío.

Tornare (Damiano David)Where stories live. Discover now