VII

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Existen momentos en los que el silencio es cálido y reconfortante, como cuando te acuestas a disfrutar de las estrellas con alguien o cuando alguien te abraza sin importarle el tiempo.

Y luego están los silencios incómodos, justo como el que ambos estamos tratando de ignorar en este momento.

Axe se acercó a la mesa desviando su mirada al plato aún medio lleno frente a mí.

Siguió de largo hasta sentarse junto a mí.

Me miró a los ojos unos segundos con intensidad. De cerca los suyos parecían más azules que nunca bajo la luz artificial a nuestro alrededor.

─ No hagas nada estúpido – advirtió frenando mis pensamientos.

Se inclinó un poco hacia el frente y con cuidado liberó mi mano derecha dejando la izquierda fuertemente amarrada.

Esperaba sentir alguna clase de alivio pero en su lugar la muñeca me punzó dolorosamente al ser liberada de la presión.

Reprimí una mueca de dolor al acercar el plato hacia mí y comenzar a comer por mi propia cuenta.

El pelinegro se levantó regresando a trabajar en la lámpara. Eché un vistazo notando que su estructura era casi igual a las de las lámparas del bunker.

Mastique lentamente decidiendo si ayudar o no.

─ Tienes que conectar el cable de la izquierda al cuadro ese – le expliqué ganando su atención.

Sin hacer caso alguno conectó el cable equivocado.

─ Cuando lo conectes a la corriente no va a resistir y se va a volver a quemar. Es el otro cable – insistí inclinándome sobre la mesa disimulando el movimiento de mi mano adentrándose en el bolsillo del pantalón confirmando que aún tenía el puñal.

─ ¿Cómo sabes eso? – preguntó conectando el cable correcto.

Recorrí el filo de la navaja hasta llegar al mango.

─ Solo estábamos nosotras en el bunker así que tuvimos que aprender a arreglar este tipo de cosas – el recuerdo de su cuerpo sin vida entre mis brazos liberó la furia que tenía contra él. Me obligué a respirar profundo y a actuar lo más natural posible, no podía echar a perder esta oportunidad. – No se los nombres técnicos ni nada, pero esa lámpara es casi igual a las que teníamos allá.

Mientras hablaba saqué la navaja lentamente intentando que no se diera cuenta y la volví a guardar pero esta vez en el último bolsillo, el más cercano a mi pie, desde ahí sería más sencillo tomarla en caso de que me mantuvieran atada.

Levantó la mirada al mismo tiempo que yo tomaba la cuchara rogando que no notara nada extraño.

Creí que me daría las gracias por ayudarlo pero en su lugar solo me ordeno terminar todo lo que había en el plato antes de que se enfriara.

Volvimos a quedar envueltos en el silenció, que ahora se sentía un poco más liviano que el que teníamos al principio.

En algún momento termine de comer y él lo llevó a una tina con agua que no había notado antes, lo lavó, secó y guardó antes de regresar a trabajar en otra lámpara. Todo sin decir una sola palabra.

El silencio no era algo que me molestara. Mi padre solía regañarme cuando ponía la música muy alta alegando que el silencio era necesario para poder escuchar claramente lo que nuestra mente quería decirnos, y que si algo nos distraía podíamos mal interpretarla y terminar echando todo a perder.

El silencio no era algo que me molestara, pero lo que nunca había podido manejar era el aburrimiento, el cual me llegó una hora después.

─ Oye tú – lo llamé. – ¿Crees que podamos cambiar de mano para que la otra pueda descansar un rato?

Mi HogarWhere stories live. Discover now