XI

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No sabía con certeza cuánto tiempo tenía, así que debía actuar rápido.

Me acerqué al armario primero, busqué entre la ropa, dentro de los zapatos y en cada esquina, pero no había nada fuera de lo normal.

Frustrada eché un último vistazo para asegurarme de que nada estuviera diferente a como lo había encontrado, cuando estuve satisfecha cerré el armario y gasté unos segundos en escuchar tras la puerta si alguien estaba cerca.

Al no percibir nada decidí arriesgarme a seguir buscando.

Anoche no había notado nada extraño en la cama, pero me había mantenido toda la noche en el rincón, así que no era tan descabellado el que me hubiera saltado algo importante.

Palpé toda la cama buscando alguna clase de bulto, pero todo parecía normal. Revisé bajó la cama, no había nada. Como última opción intenté levantar el colchón que era mucho más pesado de lo que pensaba.

El eco de alguien acercándose llegó hasta mis oídos. El tiempo se estaba acabando.

Desesperada colé mi brazo bajo el colchón buscando frenéticamente. Justo cuando los pasos llegaban a la puerta mis dedos rozaron con unos papeles, los tomé y escondí dentro de mi pantalón sin siquiera mirarlos.

Me senté en el suelo recargando mi cabeza contra la cama tratando de aparentar aburrimiento.

─ ¡Al fin! ¿Ya terminaron con la reunión secreta no apta para prisioneros?

No respondió nada, solo abrió el armario colocando la puerta de manera que yo no pudiera ver lo que hacía.

─ ¿Sabes? No es que sea una experta ni nada. Pero dejar a tu prisionero suelto y sin vigilancia no me parece la mejor de las ideas.

No es que quisiera que volviéramos a lo de estar atada todo el tiempo, pero no sobraba distraerlo un poco por si había dejado algo fuera de su lugar.

─ Solo digo. No es como si hubiera intentado escapar justo ayer ni nada así.

Axe salió del armario mirándome fijamente.

─ No eres una prisionera.

Resople incrédula.

─ ¿Hace cuánto que no abres un diccionario? – pregunté con burla. – Porque la última vez que revisé, así era como llamaban a las personas que eran forzadas a estar encerradas por un grupo de sociópatas.

─ No eres una prisionera – repitió.

─ ¿Entonces puedo irme? – pregunté para probar mi punto.

─ No.

Negué con la cabeza cuando volvió a meterse dentro del armario.

No lograba entender qué era lo que estaba buscando, estaba claro que no me dejaría ir, pero qué posible razón podría tener para mantenerme aquí.

Tal vez tenía miedo de que delatara su escondite secreto. Pero, ¿a quién podría importarle eso?

Ignorando eso, podría usar ese aparente deseo por actuar como el bueno a mi favor.

─ Entonces... Si no soy prisionera, eso significa que podría salir a dar un pequeño paseo – lance la frase al aire.

Existía solo una pequeña probabilidad pero eso era mejor que nada.

─ ¿Vas a intentar escapar de nuevo?

─ Es probable.

Él consideró la idea en su mente. Era consciente de que se trataba de una trampa y que nada bueno podría salir de eso. Por suerte su delirio del caballero en brillante armadura parecía ser tan grande como su desconfianza.

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