Capítulo 28

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Ela:

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Ela:

—Parece que el medicamento ha hecho efecto bastante rápido —. La doctora entró de nuevo a la habitación, sorprendiéndonos y acabando con ese momento perfecto que había parecido crearse entre ambos —. En pocas palabras, ya puedes irte a casa. Firmaré tu alta.

Escuchar esas palabras terminó de transmitirme la tranquilidad y el alivio que anhelaba tener desde hacía ya tiempo.

—Gracias, doctora.

Su mirada repasó la posición de nuestras manos, detallándola, antes de salir y cerrar la puerta. Mis ojos recayeron sobre los suyos, la calidez que sus dedos le proporcionaban a los míos, era única y capaz de provocar el encendido latido de mi corazón.

Las horas habían pasado, entre nosotros las palabras parecían ser innecesarias por alguna u otra razón. Pronto la enfermera fue a buscarme, para llevarme a recepción a firmar la dichosa alta y poder ser, finalmente libre de esas paredes con alcohol, antiséptico y de esas luces blancas brillantes e intensas.

Mi firma se estampó en el papel, mientras intentaba preguntar por el costo de todos sus servicios, pero las palabras de la encargada fueron las que heladas me dejaron.

—No se preocupe, señorita. Todo está pago...

Mis cejas se arrugaron, miré en dirección a ella solo para ver como sus ojos iban directo a las esmeraldas de mi hermanastro. Giré para verlo, ladeé mi cabeza y esperé su respuesta. Mordió sus labios y se acercó a mí.

—Lo haría una y mil veces más, Ela.

Sus hombros levemente se encogieron. Una parte de mí, ya se lo esperaba, pero la otra fue la que con sus palabras volvió a encender esa llama y a dejarme petrificada.

La doctora había dejado una orden de descanso, al menos por un par de días más unas aspirinas que debía tener por cualquier dolor. Pensé en ir a comprarlas luego, pero su mano, alrededor de la mía, ofreciéndole calor; a pesar de las capas de ropa, me guio por la parte solitaria del pueblo, esa que era tan familiar para mí.

Rama tras rama, logramos llegar hasta la farmacia local, desde atrás. Su cuerpo se aseguró de cubrirme y brindarme más de aquella seguridad que solía sentir, solo si él cerca estaba.

A medio metro de la tan desdichada casa en la que ambos nos hacíamos pasar por desconocidos, su cuerpo se detuvo y me hizo mirarle.

—No voy a dejarte, ahora —. Sus ojos afirmaban las palabras que salían de sus labios —. Voy a cuidarte, Ela. Voy a protegerte...

Su pulgar había a comenzado a acariciar mi mejilla. Su cabeza se inclinó hacia la mía, su respiración se mezclaba con la mía... Mis labios entre abiertos esperaban algún contacto, pero algo sonó que lo hizo despegarse de mí y tomar una posición de alerta y a la defensiva.

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