Capítulo 40

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Ela:

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Ela:

La luz entraba por aquella ventana de cortinas blancas flotantes por la brisa helada que llegaba, anunciando el inicio de una víspera de miedo y terror por parte del pueblo, una víspera que desde hace varios años no se veía. Los árboles habían dejado caer todas sus hojas de colores y ahora casi esqueléticos y espeluznantes parecían.

Los ojos verdes de Seth me sorprendieron, la opaca claridad del día le iluminaba la mirada. Examinaba mi rostro, mientras su cuerpo se acercaba al mío que tendido sobre las blancas sábanas todavía se encontraba.

Mi cabeza con preguntas se encontraba, pero, tan solo ver de nuevo a esos ojos, sentir el tacto de sus dedos contra mi piel, acariciando dulcemente la piel de mi mejilla tras despertar; las había borrado a todas por completo, reemplazando a todos aquellos pensamientos que, si bien aún no entendía, sabía que era imposibles buscarles alguna respuesta.

—Ela —... Susurró mi nombre, con esa voz ronca, que indicaba que no llevaba tanto tiempo despierto.

La puerta sonó en ese momento, interrumpiendo cualquier momento que llegáramos a tener. Él se levantó, alterado, molesto para luego gruñir y acercase hasta aquella cama en la que mi cuerpo se había sentado; confundiéndome por completo.

¿Cómo podía un chico pasar de estar tranquilo a uno completamente enojado en menos de 3 minutos?

Enrolló uno de sus brazos en mi cintura, y luego con un leve tirón me hizo volver a quedar acostada contra el suave colchón, con su otra mano tomó aquella corcha blanca y gruesa y la pasó por encima de nuestras cabezas, cubriéndonos con ella por completo.

—Seth... ¿qué...?

—Shhh —. Siseó, llevando uno de sus dedos a mis labios.

Los golpes en la puerta no cesaron durante un rato. Nuestras respiraciones chocaban la una contra la otra, mezclándose en el proceso. Él solo llevaba por ese entonces el pantalón que usaba como pijama, su torso desnudo estaba... Fue en ese momento en el que me pregunté, ¿por qué?, ¿qué le había pasado a esa playera blanca que usaba como pijama?

Recordaba perfectamente haberla visto sobre aquel torso, bastante bien entrenado y trabajado para la edad que su cuerpo y su rostro profesaba. Pero, pronto, tantos pensamientos provocaron que mi cuerpo no se diera cuenta de lo que realmente estaba haciendo el suyo con esos largos y fuertes brazos.

Fue tarde en el preciso momento en que me di cuenta de que mi pecho, ese que estaba cubierto por la camisa de algodón blanca y de mangas largas estaba pegado al suyo. Un agarre que se acentuaba bastante en mi cintura, sus ojos comenzaron a buscar los míos de nuevo y fue allí que algo descubrieron.

Un leve color rojo yacía en su nariz, ese par de orbes verdes restos de lágrimas contenían, todas secas, pero se notaban algunas todavía. Me atrevía a pasar una de mis manos por su cabello, delicada y suavemente, tomando la mata de cabello oscuro y sintiendo su textura.

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