Capítulo 3 (Parte I)

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Si tuviera que poner un primer capítulo a mi historia de amor con Simon, habría empezado por la mañana en la que me encontró llorando en mi escritorio, me dio la tarde libre y coló su número de teléfono en la tarjeta del spa

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Si tuviera que poner un primer capítulo a mi historia de amor con Simon, habría empezado por la mañana en la que me encontró llorando en mi escritorio, me dio la tarde libre y coló su número de teléfono en la tarjeta del spa.

El segundo lo situaría en una conversación casual por teléfono. Un mensaje en el que le agradezco el gesto que ha tenido, convirtiéndose en el comienzo de largas noches de conversaciones a deshoras y confesiones en la soledad de mi habitación, con el pijama puesto y una copa de vino blanco a un lado.

El tercero, porque soy de romances rápidos, sería en la primera semana. Tras días hablando, decido que es hora de dar el paso y tener una cita. Iríamos a tomar una copa, cenaríamos algo y, antes del postre, nos daríamos cuenta de que lo único que queremos es comernos el uno al otro, así que iríamos a su apartamento porque está más cerca, nos arrancaríamos la ropa y lo haríamos en el salón, en la cocina y en su dormitorio, en ese orden. Por la mañana, al despertar, también lo haríamos en la ducha. Sería un pleno. El comienzo de una relación secreta entre un supervisor y su empleada. Compartiríamos miradas cómplices cuando pasara frente a mi escritorio y yo le miraría el culo de forma más o menos descarada cuando se estuviera alejando.

Eso, claro, habría sido si yo hubiera tenido la inteligencia suficiente para haber visto su número en el reverso de la tarjeta antes de que haya pasado el momento ideal para escribirle.

Porque, definitivamente, una semana es mucho tiempo cuando se trata de avivar una chispa del tamaño de un grano de arroz.

Aun así, me apresuro en anotar su número de teléfono y le mando un ridículo mensaje donde le agradezco lo que hizo por mí el otro día.

No creo que me responda, evidentemente. Después de una semana donde he tenido tanto trabajo que ni siquiera he levantado la cabeza del escritorio, ergo, ni siquiera le he saludado, dudo mucho que Simon recuerde que existo.

Probablemente ha sido un hecho puntual. Me vio llorando, decidió que daba mala imagen de la empresa y me envió a un spa para que dejara de molestar y pensara que la empresa se preocupa de sus empleados. Lo de su número de teléfono puede ser un error o lo habrá anotado en uno de esos impulsos raros de los que luego te arrepientes.

Cuando mi teléfono emite un zumbido, puedo jurar que mi corazón también se sacude. Tomo el terminal como si mi vida dependiera de él y abro el mensaje de Simon con manos temblorosas.

Simon: Espero que estés mejor. Te he visto muy animada esta semana.

Me ha visto.

Me. Ha. Visto.

Son tres palabras, pero para mí significan un mundo. Me entra un mensaje de Marcus, que tapa el de Simon, y lo deslizo hacia un lado sin leerlo. Ahora mismo, nada puede interrumpir mi felicidad.

Otro mensaje de Simon. ¡Ay, dios santo! Voy a gritar en medio de la oficina.

Simon: Si necesitas hablar o despejarte un poco, eres bienvenida en mi despacho. De hecho, ¿te apetece un té?

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