Capítulo 6

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Marcus está otra vez en casa

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Marcus está otra vez en casa. Sobre la mesa hay un despliegue digno de una investigación policial, aunque no hemos tocado nada porque acaba de sonar el timbre y Marcus ha abierto como si esta fuera su casa y no la mía (mi único lugar seguro, el cual está siendo profanado por su presencia) y ha regresado con un montón de bolsas de comida para llevar que ha esparcido por encima de las dos libretas donde habíamos intentado comparar los datos que teníamos sobre la Falsa Eli y sobre mí.

—¿Qué es eso? —le pregunto.

—Sushi —me aclara, haciendo un hueco en la mesa para ir sacando las bandejas—. Lo pedí a domicilio mientras tomaba el taxi hacia aquí, aunque tendría que haber preguntado si estaba Jordan, porque he comprado comida para ella y no la veo por ningún lado.

Me echo a reír.

—Oh, sí que está.

—¡Ah, genial! Puede cenar con nosotros, entonces.

—Creo que eso no va a ser posible.

Y justo en ese momento, como si quisiera reafirmar la idea, escucho a Jordan gemir como si la estuvieran partiendo por la mitad. Marcus da un respingo y por poco deja caer el bote de salsa de soja.

—Ya veo que está ocupada —comenta, carraspeando con incomodidad.

—Y seguirá estándolo. Este solo es el primero, le quedan dos.

Marcus abre los ojos de par en par. Desde luego, no sé qué diablos espera que esté haciendo una mujer soltera un sábado por la noche, pero no está acostumbrado a que esa sea la actividad favorita de muchas.

Bueno, yo estoy investigando un catfish, pero dejé de considerarme en la categoría de mujer soltera hace mucho, ahora mismo soy una especie de trozo de carne con ojos que espera a que Simon la reviva como si fuera Frankestein. Cosa que, dado el rumbo que están tomando los acontecimientos, probablemente no suceda nunca.

—¿Dos? —pregunta, sorprendido.

—Sí, dos. Ahí viene el segundo —digo al tiempo que vuelven a oírse los gritos.

Gato echa las orejas hacia atrás y bufa, molesto. Marcus no sabe donde meterse, literalmente. Se ha sentado con los codos apoyados en las rodillas y mira hacia el suelo como si, al concentrarse muy fuerte en los pelos de Gato sobre la alfombra, se pudiera quedar sordo a voluntad. Parece llegar a la conclusión de que eso es imposible, porque hace el amago de ponerse de pie, incómodo.

—Quizá es mejor que venga otro día, no quiero molestar.

Me pongo en pie bruscamente y me acerco al pasillo que da hacia la habitación de Jordan.

—¡Eh, que tenemos visita, follad más bajito! —le grito a Jordan, aunque sé que le dará absolutamente igual.

Me encojo de hombros y regreso al salón. Con toda la naturalidad que puedo aparentar, esparzo las bandejas, nos sirvo bebidas —ya he aprendido que Marcus apenas bebe, así que me he puesto una copa de vino para mí y un refresco para él— y me dejo caer en el mismo sofá que él. Es la primera vez que estamos compartiendo el mismo espacio a solas y, aunque debería sentirme incómoda, lo cierto es que no lo hago.

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