Capítulo 13

3K 329 527
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


Estoy oficialmente agotada. He pasado todo el fin de semana con la cara enterrada en los informes, tratando de tenerlo todo a punto para que hoy solo tenga que trabajar un par de horas y así poder desaparecer oficialmente de la oficina.

Haber hecho aquel viaje con Marcus me quitó dos días de trabajo y yo siempre he tenido una agenda bastante ajustada, por lo que he tenido que ponerme las pilas para no dejar nada a medias antes de las vacaciones. No es que la empresa me vaya a negar las vacaciones si tengo algo por hacer, pero no quiero pasarle esa carga de trabajo a Jordan.

Mi único respiro lo tuve anoche, cuando Marcus apareció por sorpresa, despeinado y con el libro que le había prestado en la mano.

—Dime que tienes la segunda parte —me dijo con tono suplicante.

Yo aún no la había leído, pero de todos modos se la presté con la promesa de que no me contara el final. Luego, se quedó un rato, pero le lanzaba tantas miradas de reojo al libro que terminé por echarlo de casa para que se fuera a leer. De todos modos, aún tenía mucho trabajo por delante y terminé acostándome a las cuatro de la madrugada, con casi todo el trabajo terminado.

Arrastro los pies por la oficina y entierro la nariz en el ordenador para dar los últimos retoques al trabajo con la ayuda de Jordan y de Martie, para quien la idea de retomar nuestra amistad, significa retomar la costumbre de merodear por mi escritorio como si fuera un ave de presa y soltar bromas inapropiadas o intentar asustarme y, de vez en cuando, hacer algún comentario útil sobre el trabajo.

La tercera vez que pasea a nuestro alrededor le dedico una mirada asesina.

A la cuarta, le tiro de la corbata y le juro que, si vuelve a pasar, le haré la zancadilla.

Y así es como termina sentándose en su puesto y haciendo el idiota desde la distancia. Es evidente que no tiene absolutamente nada que hacer hoy, de lo contrario tendría la cara enterrada en su teclado.

Pero yo sí tengo trabajo y eso me está poniendo de mal humor, sobre todo cuando termino y recibo un mensaje de Simon indicándome que acuda a su despacho.

He estado evitándolo desde que me besó y descubrí que me había creado una imagen de él que no coincidía en absoluto con la realidad, pero es mi supervisor y no puedo huir de él para siempre, así que imprimo todo el trabajo y me dirijo a su despacho.

Simon está sentado en su escritorio, el ceño fruncido y discutiendo, otra vez, por teléfono.

—Esa no fue mi propuesta y lo sabe, señor Hawkes —gruñe—. Como bien sabe, no me gusta la mediocridad y soy muy minucioso con mi trabajo. No estoy de acuerdo con su decisión, pero la respetaré.

Ladeo la cabeza. A mí no se me ocurriría hablarle de ese modo al señor Hawkes ni en un millón de años, pero es evidente que Simon se cree con derecho a tomarse ciertas licencias.

CatfishDonde viven las historias. Descúbrelo ahora