Capítulo II. Marcos.

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-Gracias padre mío... Seguiré buscando, juro que pagarán sus acciones por ofender a nuestro señor-

-En eso confío hijo, ve en paz, el señor va contigo a dónde quiera que vayas-

-Lo sé, vendré en cuanto termine mi encomienda- Dijo mientras hacía una reverencia en señal de respeto y salió.

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Algún varón no tan viejo, pero tampoco demasiado joven, se veía en su auto conduciendo mientras escuchaba la radio y comía unos rollos de jamón, comenzó a estacionar
su auto frente a un viejo edificio inestable, tomó sus llaves y se bajó del vehículo.

Se aprecia que a pesar de su joven edad ya poseía un sobrepeso increíble, apenas podía moverse, parecía una bola de carne viviente.

Aquel hombre entró al edificio, subiendo por unas escaleras tipo caracol que parecían en cualquier momento derrumbarse, sin embargo no sucedió. Entró a un departamento por fin con el número 8, cerró la puerta y entró a una habitación algo fría, un congelador para ser precisos.

El joven parecía disfrutar de todo lo que tenía, fuera de su salud gozaba una vida buena... ¿No?

Aquel congelador servía para almacenar carne, como aquellos en las carnicerías para que el cerdo no se heche a perder, sin embargo éste no resguardaba cerdo, ningún tipo de animales.

Eran cuerpos humanos.

En una repisa pegada a la pared había diversas cabezas humanas desfiguradas, de todos los tamaños, colores, incluso el cabello resultaba diferente. Había recipientes con muchas partes del cuerpo escritas, había cuerpos mutilados por toda la habitación, a pesar de que mantenía una organización muy buena aquel turbio lugar.

El hombre, Marcos, tomó un órgano de una bandeja que dejaba ver el nombre “Hígado", salió a la cocina y comenzó a prepararlo con mucha normalidad y experiencia.

Al terminar se dirigió a la sala, preparó de beber junto con su plato de hígado y encendió el televisor, se dejó caer viendo la tv y se puso a comer, se llenó la boca de comida y siguió así toda la noche, comía, comía y comía.

La saliva caía por su mentón y empapaba su playera, cada que mordía y masticaba la carne hacía sonidos húmedos, al reír entretenido escupía el bocado y lo reemplazaba de inmediato con uno nuevo.

Era más agradable ver comer a un cerdo de corral.

Todo era tranquilo para él, pues era agradable con todo el mundo y así era como adquiría rápido sus presas, escuchaba los problemas que tenían y les ofrecía ayuda, sin embargo nunca cumplía su parte.

La forma de matar a sus víctimas podía variar, sin embargo su forma favorita era dejar que las víctimas se desangren, pues el amaba el tono carmesí de la sangre y debido a eso su piso se llenaba de manchas escarlatas.

Marcos estaba tan metido en su pasión por comer, cuando de repente escuchó...

Toc, toc, toc

El sonido de la puerta, él estaba confundido, el edificio estaba abandonado y nunca recibía invitados, de vez en cuando éstos nunca salían completos o de pronto nunca salían.

No esta vez.

Toc toc toc

Se apresuró más el sonido con ansias de entrar, pareciendo así casi tumbar la puerta.

Marcos temblaba, dejó su comida de lado y se levantó como pudo, caminó lentamente a la puerta y abrió con lentitud.

-Joven Marcos, muy buenas noches- Exclamó un joven que por su atuendo se notaba un estudiante a párroco. De inmediato notó por su apariencia que se encontraba comiendo, así que sonrió y lo miró conteniendo una mirada de disgusto -Provecho, lamento haber interrumpido su cena, ¿puedo pasar?- Preguntó con normalidad.

-Buena noche, se puede saber ¿Quién es usted?- Dejó un espacio libre para que pudiera entrar, cerró lento con seguro después de esto y lo miró.

-Un placer, soy un monarca de Cristo, un simple misionero que quiere renovar su reino, y me temo que usted, Belcebú, no será parte de el- Dijo calmado y le dió una bofetada haciéndole escupir sangre.

Marcos se limpió viéndolo furioso y lo atacó como pudo -¡De que carajos hablas! A mí no me interesa tu señor Cristo y no me vengas con mentiras-

Pedro se cubrió de todo, pelear contra alguien así no era difícil -Mi Dios verdadero no soporta gente como tú, me temo que tengo que acabar contigo- Dijo mientras jalaba su cabello y lo arrastró hasta el baño, el pobre Marcos solo gruñía e intentaba de todo para liberarse del dolor.

El joven levantó la tapa del inodoro, vió hacia dentro y lo que hizo fue comenzar a golpearlo en el estómago, Marcos se intentaba cubrir sin lograr nada, y debido a los golpes comenzó a vomitar llenando el inodoro y partes del suelo. Pedro vió sonríendo y metió su cabeza al inodoro, comenzando a ahogarlo con el agua y su propio vomito mientras reía -No tienes más hambre ¿o si? Lo siento mucho... Quizás eso esté como tú nombre, ¡amargo! JAJAJAJA Eres tan asqueroso y repugnante, ¡muere de una vez!- Le gritaba mientras Marcos se llenaba la boca con su vómito intentando gritar, buscaba salvarse de una u otra forma pero ya era tarde, poco a poco dejó de respirar, se tumbó por completo entre los deshechos y dejó por fin de moverse.

Pedro lo soltó, y rápidamente se lavó las manos. Revisó el lugar con cautela, comió un poco del plato que encontró y al revisar el congelador negó con pena, hizo una señal de cruz y dijo con voz suave -En el nombre del padre, del hijo, y del espíritu santo, que todas las almas en pena que estén aquí descansen en paz por fin- Dijo, y lentamente salió quitando el seguro de la puerta, volvió a cerrar y caminó por las calles sonriendo amable para todos.

-En medio de la tormenta, confía en Dios-

Siete Caminos Al InfiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora