Capítulo IV. Martha.

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Una chica se encontraba llorando desconsolada, frente a la tumba de un joven, con la descripción de “David", el cual murió recientemente por una sobredosis, según los médicos.

-No tiene idea de cuánto lo siento señorita Martha- Dijo el seminarista dejando una rosa blanca -Dios lo tenga en su gloria... Era un amigo de él-

-No se preocupe... ¿Cómo sabe de mi?- Dijo la mujer que a pesar de estar llorando, su tez era aún bastante hermosa.

-El hablaba de tí muy seguido, creí que mentía al decir que eres hermosa, pero creo que no fue así- Le sonrió -Tengo deberes que hacer en la iglesia, si necesita algo puede ir a verme, lindo día- Se puso de pie y se fue.

-W-wow... Muchas gracias- Sonrió.

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Martha después de lis días de luto, disfrutaba de una vida libre por así decirlo, podía vestir más atrevido y acostarse con cuántos quisiera.

En ocasiones era uno por noche, o en días especiales, incluso organizaba orgías, tríos, juegos, todo lo que se le ocurría, según ella se hacía llamar la mismísima reencarnación de Afrodita, diosa del amor carnal, pues todos los hombres solteros caían rendidos a sus pies.

Martha era muy hermosa, tenía buenos atributos y sabía cómo usarlos, era altanera, vanidosa y cautivadora, sabía cómo tratar a los hombres y se dejaba llevar por la pasión.

Sin embargo constantemente se sentía sola, tenía amigas, amigos, y se llevaba bien con su familia... Pero nunca se sintió a gusto.

Decidió hablar con aquel seminarista, su voz le pareció agradable y suave, se sintió tranquila, por lo que fue una tarde a misa para poder encontrarlo.

-Veo que viniste... ¿Puedo ayudarte?- Dijo acercándose.

-Padre, necesito hablar con usted... No me e sentido bien, espero que pueda ayudarme- Dijo preocupada.

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-Me siento una carga, un estorbo que no puede avanzar en la vida... Nadie me ama de verdad y Dios simplemente se a olvidado de mí- Decía sentada y desanimada.

-Hija mía, no es cierto que Dios se a olvidado de tí, él siempre está contigo, pero no te das cuenta porque le das prioridad a tener sexo que ni siquiera disfrutas- Tomó su mano dulcemente. -Puedo ayudarte, ¿me permites? Soy el misionero del padre, y sé que hacer para mejorar el mundo, y mejórate a tí-

-oh padre... No sé cómo agradecerle- Sonrió feliz.

-No hay de qué mi niña... Sólo deja que Pedro se encargue- La cargó y la llevó a su habitación.

Después de un rato...

Se oían los gemidos y gritos desesperados de una mujer dentro de un departamento, sufría de arañones, cortes y desgarres en todo su cuerpo. El seminarista estaba desnudo frente a ella, con una daga en su mano derecha viendola con orgullo.

-Esto es lo que mereces, después de esto estarás mucho mejor mi querida hija, Asmodeo debe ser derrotado- Decía mientras separaba sus piernas.

-Ya... ¡Ya por favor déjame en paz! ¡Me duele mucho por favor basta!- Decía llorando con las manos atadas.

-No tienes idea de lo linda que te ves así, solo no te muevas o pobre mujer afligida... El amor nunca te benefició, por eso quiero terminar ese hecho- Dijo para introducir lento la daga por su feminidad y simulaba embestidas fuertes, desgarrando y provocando sangrados fuertes.

La mujer solo lloraba, gritaba y se retorcía, el dolor era insoportable, pero en el fondo sabía que era lo que merecía. Sólo se puso a rezar, miró al cielo y comenzó a arrepentirse.

El hombre vió eso, y decidió acabar con su sufrimiento, tomó la almohada y la presionó contra su cara ahogando lento a la mujer sin dolor ni mucha agonía.

Cuando terminó con su vida vió su cuerpo indefenso, tomó la daga y cortó sus senos como si fueran filetes, los enredo en bolsas y fué a tirarlos a un campo santo, bendijo a la mujer y rezó para que encontrara la paz en el infierno, dónde debería de estar después de todo.

-Para ser feliz, es necesario oír lo que Dios dice-

Siete Caminos Al InfiernoWhere stories live. Discover now