TRES

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Entrar en el Bosque de Downs a las puertas del crepúsculo hubiera sido una insensatez para un hombre o una chica indefensa, como dijo Athel. Pero yo no era ni una cosa ni la otra.

Probablemente, los bosques fuesen mi medio, si es que eso tenía algún sentido. Palo, volvió a sentirse como en casa y ahora corría sin cesar arriba y abajo. Ambos sabíamos que allí dentro estábamos a salvo.

Me quité las botas y desmonté para caminar, seguida de la yegua, sintiendo el húmedo suelo. No podía evitarlo. Ojalá Cen pudiese verme ahora.

Busqué un árbol hueco, uno tan grande como para caber con el zorro y cubrí el suelo de hierba y hojas secas. Luego preparé la zona donde iba a dormir y saqué toda la ropa de abrigo que llevaba conmigo para cubrirme. Trencé mi pelo y desaté los lazos de mi vestido. Dejé el arco al lado de mi cabeza, donde había improvisado un mullido cojín y agarré la bolsita de fieltro cerrada con la cinta de satén rosa. Lo último que Cyra me dio.

No sabía qué esperar. Con el tiempo aprendí que no se podía esperar nada de ella, pues era impredecible. Así que simplemente tiré del nudo y la cinta se abrió sin esfuerzo. Sobre el suelo cubierto de una espesa manta dejé caer su contenido y me quedé observando tres piedras.

Suspiré. Ni siquiera con decepción. Solo suspiré.

Las tres piedras eran, simplemente, piedras. Sí, es verdad pero, que en una de sus caras había dibujados unos símbolos. Símbolos paganos les llamaría mi padre. Nadie debía atraparme en posesión de ellos o me llamarían bruja, diría también. Resoplé.

-Soy una bruja, entonces -murmuré con sarcasmo. Palo abrió sus ojos y me deslumbró.

No me atreví a hacer nada más que guardar aquellas piedras. Sería una ofensa terrible dejarlas allí o no llevarlas encima. No porqué creyera que algo malo me fuese a pasar, pues estaba extrañamente segura de que nada podría pasarme. Pero, pensé en Cyra y en sus expresiones vacías, sus enseñanzas a medias y sus exigencias extrañas y mi corazón se apretó. No tiraría las piedras con runas por respeto a lo que ella era y en lo que ella creía. Para mi no significaban mucho. No las entendía.

Cuando fui a meterlas de nuevo en el fieltro, vi algo más. Un pequeño, pequeñísimo papel enrollado.

Wantage. Gova Alberstone.

Ves al norte de Downs.

Eso sí me sorprendió y me emocionó. Un sitio y una persona. Y una indicación.

Cyra sabía que me escaparía, claro que lo sabía, y me estaba indicando el camino. También sabía dónde, exactamente, iba a estar cuando leyera esa nota.

-Mentirosa -gruñí con cierta alegría. Entonces sí había algo más destinado para mí, debía saberlo. Y esa remota posibilidad hizo crecer mis esperanzas hasta el cielo.

Agarré el papelito delante de mis ojos con entusiasmo y sentí mi corazón latir con fuerza.

Y fue entonces cuando un grito atronador resonó en el bosque.

Palo levantó la cabeza de entre sus patas con sus orejas atentas. La yegua resopló fuera del tronco y yo contuve el aliento. Y otro grito, esta vez más intenso y cruel volvió a sacudir el bosque entero.

Me apresuré a coger la capa. Al ponerme de pie el vestido desatado cayó a mis pies, quedando en mi camisón interior, pero no me molesté en perder el tiempo atando el corsé de nuevo. Simplemente me cubrí con la capa, guardé las piedras en el bolsillo, tiré el arco a mi espalda y de mi bota cogí una daga que atesoré en mi puño apretado. Salí a la fría y oscura noche con los pies descalzos.

Hiedras y Espinas - Parte unoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora