ONCE

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De algún modo mis manos se habían colado dentro de su camisa, subiendo por su marcado vientre hasta su pectoral. Los músculos debajo de mi tacto se tensaron y me deleité con su gruñido tortuoso.

-Eda. -me advirtió, pero no dejé de besarle.

No podía parar y debía, pero no quería. Era un desastre y estaba desesperada por romper con todas las cadenas que me ataban, para desafiar a todo el que se interpusiera en mi camino. Sé que no estaba bien usar a Athel para acallar mi frustración, pero nada de eso hubiese pasado si yo no le desease tanto. Porque era muy consciente y honesta conmigo misma; le deseaba des del primer día que le vi en el rio.

Él rompió el beso, soltando mis muslos, que estaba apretando hasta ahora con sus dedos, y separando mis hombros de su cuerpo. Mis manos no dejaron el calor de su piel. Me miró fijamente, sus ojos nublados, y cuando iba a hablar un pequeño crujido resonó en la arboleda.

Me incorporé y con velocidad me escondí de nuevo dentro del tronco, alguien se acercaba. Athel no se movió, confuso mirando el hueco que mi cuerpo había dejado en sus brazos.

-¿Qué hace ahí arrodillado, señor? -la voz de Medford rompió el silencio.

-Rezar. -Athel sonó ahogado. No pude evitar reírme entonces, cubriendo mi boca con fuerza. Pegué la espalda al árbol y cerré los ojos con diversión. Era una inmadura.

-¿Rezar? -Medford dijo. -No le tenía por practicante. -escuché a Athel levantarse.

-Pues aquí me tienes. -dijo él sin más. Pésimo escondiendo situaciones comprometidas. -¿Qué haces por aquí?

-Necesito hablar con usted, señor.

-Bien. -Athel se levantó del suelo y escuché el roce de sus manos sacudiendo sus piernas.

-Ha llegado otra misiva del rey.

Agudicé el oído.

-¿Ha sucedido algo? -Athel susurró.

-Así es...-comenzó Medford, pero él le detuvo de inmediato.

-Vayamos a otro lugar. -dijo, y sin más rodeos se puso a andar, lejos de mí y de la arboleda. Lo que fuese que había pasado, Athel no quería que yo lo supiera, lo que no hizo otra cosa más que despertar mi curiosidad. Suspiré con una mezcla de entusiasmo y ardor.

Al regresar al campamento, ellos aun no habían vuelto, pero Hilda aguardaba por mi en la tienda. Una sonrisa socarrona adornaba su agudo rostro. Ese gesto volvió a despertar pudor en mi. Desde luego, mi espectro de emociones estaba completamente desajustado desde que me creía una mujer libre.

-¿Qué? -protesté, molesta y sin modales.

-Descarada. -se mofó ella. Yo, que no quise dejarle ver mi reacción, me metí en el catre, de espaldas y cerré los ojos sin dormir. -Avísame cuando estés lista para afrontarlo, pues.

-¿Afrontar qué exactamente? -volteé, encontrándola tumbada más cerca de lo que esperaba. Me sobresalté y sonrió con malicia.

-Tu y el cazador. -con sus dedos hizo un gesto de unión.

-Seguro que no te agrada ¿no? -elevé una ceja, desafiándola. -Que pueda poner en peligro el futuro de las brujas si me escapo enamorada de otro hombre. -exageré. Por nada del mundo iba a enamorarme o a escaparme con Athel. Debía casarme con Godric. Sería una reina hastiada, pero reina, al fin y al cabo. Probablemente todas las soberanas vivían hastiadas, de todos modos.

Ese pensamiento me hizo reír. Hilda formó una mueca, claramente sin seguir mis cavilaciones.

-Me preocuparía pensar que estás usando al pobre hombre para intentar cambiar tu destino. -apretó sus labios y movió un hombro con desdén. -Pero eso hombre no tiene nada de pobre y, -otra mueca, esta vez más entretenida -tu no estás jugando. -rodé mis ojos ante tal insistencia, pero no me molesté en contrariarla. -Sientes cosas de verdad. Lo cual no me desagrada, al contrario, me entretiene inmensamente ver como vas a salir del lio en el que te estás metiendo.

Hiedras y Espinas - Parte unoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora