SIETE

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Athel, el cazador, estaba sentado en una mesa, rodeado de sus tres acompañantes; Medford, Albert y Sige y agarrando con ambas manos su vaso de vino caliente. Sus ojos, azules e infinitos, puestos en mí mientras asentía a algo que el último le contaba entre risotadas. Al mirarle hizo un pequeño gesto con su mentón a modo de saludo. Su semblante era serio, pero no mordaz.

A lo mejor en cualquier otra situación hubiese fingido no verle antes de marcharme, pero al haber pensado en él varias veces en las últimas tres semanas, reconozco que me agradó tenerle allí.

Llevaba un pantalón verde oscuro, unas botas negras hasta los tobillos y untadas de barro y una fina camisa oscura. La misma que no llevaba puesta la vez que le conocí.

Aquella noche volví a sentir la energía crepitar por todo mi cuerpo, la extraña sensación que parecía que viajaba desde él hasta mi y que me atraía como si me tuviese atada de un cabo y tirase de mi más cerca.

Carraspeé, pasé mi cabello por detrás de mi oreja, ignoré a Hilda reír y le dediqué una amplia sonrisa que él miró fijamente.

No sé bien qué pretendía mientras me dirigía hacia su mesa con paso firme y decidida. Como sucumbiendo a la magia atrayente que salía de aquel hombre.

Mientras me acercaba comprobé que había enderezado la espalda y me esperaba con una chispa en sus ojos. Sus facciones relajadas, el pelo negro acariciando su frente. Su piel parecía más bronceada que la última vez que la vi y era insólito puesto que no había visto salir el sol en aquellas tres semanas. Era apuesto. La verdad que más de lo que mi cabeza rememoraba.

-Me sorprende verte con tanta ropa. -dijo Athel con una sonrisa torcida. Yo gruñí delante de la mesa sin querer deleitarme por ese gesto. Arrogante.

-¡Eda! -Medford me vio entonces. Le dediqué un gesto dulce mientras él estrujaba a Albert, sentado a su lado, para que yo cupiese en el banco delante de Sige y Athel. Quedé delante del último. -Qué alegría volver a encontrarte. -el hombre parecía genuinamente emocionado al verme, cosa que me calentó el pecho.

-Buenas noches. -dije. Me senté y sentí el calor del vino agitar mis mejillas. -Qué coincidencia veros aquí. -les miré uno por uno. -Cualquiera diría que estáis siguiéndome de nuevo.

No me pasó desapercibido el modo en el que Albert y Sige miraban a Athel. Con desconcierto, con algo corriendo por sus mentes.

-Mucho me temo, -dijo Medford. -que vamos en la misma dirección.

-Veníamos de Wantage, como tu, -siguió Albert -paramos en un par de pueblos antes de llegar aquí. -no le miré mientras hablaba, pues Athel parecía retarme a romper el contacto visual con él, con esa media sonrisa endiablada. Parecía estar disfrutando de aquél momento. -Vamos al norte.

-Sí, -giré mi atención. Los dos hombres me miraban, Sige seguía atravesando con los ojos al cazador. -tiene sentido que paréis aquí, supongo.

-¿Qué haces tu en Burford? -preguntó Athel. -Te fuiste de casa de Thomas sin despedirte.

-Nos preocupamos por ti. -añadió Medford.

-Seguí mi camino, -le sonreí al hombre más mayor. -no quise despertaros al partir. -luego miré a Athel, sus ojos siguieron mis labios y tuve que morderlos para no sonreír. Me convertía en una niña delante de aquél hombre. -Este sitio me gusta y me he quedado un tiempo.

-¿Cuánto llevas en el pueblo? -preguntó Sige. Me estudiaba con determinación. -¿Dónde esta el zorro? -pareció buscar a Palo por la taberna.

-Unas semanas. -contesté sin preocuparme por dar demasiada información. Verlos de nuevo se sentía, curiosamente, como ver a viejos amigos que has echado de menos. Como si ya confiase en ellos. -Palo está en mi habitación. -señalé con mi cabeza la puerta que daba a la posada.

Hiedras y Espinas - Parte unoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora