Capítulo 1

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  Demasiado absorta en el momento, la memoria de Lyna la hizo retroceder hasta el primer minuto de su día, cuando se despertó en su cuarto a oscuras y pensó algo que la motivara a levantarse, como en la esperanza de que encontrara alguna aventura,...

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Demasiado absorta en el momento, la memoria de Lyna la hizo retroceder hasta el primer minuto de su día, cuando se despertó en su cuarto a oscuras y pensó algo que la motivara a levantarse, como en la esperanza de que encontrara alguna aventura, o que la aventura la encontrara a ella. Y ahora, estando en medio de una de las habitaciones del palacio de Myoren, se preguntaba cómo había sucedido, cómo esto podía ser real no un sueño.

Volvió a sus recuerdos, a la comodidad y calidez de su cama, justo a la hora del Sol Naciente, cuando una claridad azulada se volcó por la ventana de su dormitorio. Ella seguía abrazada a su almohada, pero su hermana menor Nyssa, acostada a su lado, se levantó y comenzó a vestirse. Lyna entonces refunfuñó y la imitó, sin comprender cómo aquella chica tenía tanta determinación para madrugar, y sólo para empezar a trabajar en el jardín. Ambas se saludaron con un mudo "buenos días", bajaron a la cocina y prepararon el desayuno. Su padre pronto se ocupó de poner la mesa y de despertar a sus hermanos. Una vez que todos estuvieron reunidos en el comedor, dieron gracias al Sol Glorioso y arrasaron con la comida.

Así, entre el ruido de las tazas y los platos moviéndose de un lado a otro, el aroma del té, la leche y el pan tostado, y las bromas que jugaban los dos hermanos más chicos, los minutos pasaron volando; no como le sucedía a Lyna en ese momento, sentada en absoluto silencio y con el tiempo congelado.

Miró sus botas, que a pesar de haberlas limpiado con un trapo húmedo, todavía tenían algunas manchas de barro, barro de las calles de su barrio, y que como muchas otras de la ciudad, todavía no terminaban de secarse después de una semana de diluvio. Qué lejano parecía todo eso ahora, pensaba Lyna, posando sus ojos en la ventana como si todavía estuviera en su casa o en la casa de los Hyldegardio, contemplando la infinita cortina de lluvia que cubrió, según decían, toda Moyra o al menos gran parte de ella.

No obstante, el paisaje había cambiado del todo: ya no estaba delante de la ventana de su casa frente a una calle media inundada, ni de la ventana de la casa de los Hyldegardio frente a una calle adoquinada, sino que estaba delante de una ventana alta y cristalina con vista a los jardines del palacio. El cielo estaba despejado por completo y el sol resplandecía de tal forma que todos los colores parecían más vivos que de costumbre, como si cada planta, cada flor, cada piedra y ladrillo, estuvieran hechos de joyas y gemas preciosas. Quizás tuviera esa visión por el lugar en el que estaba, supuso, y quizás así era cómo los reyes, príncipes y cortesanos veían al mundo desde las torres de sus palacios. También todo podía ser un efecto del Sol Dorado, la insignia de la Familia Imperial, bordada en cada bandera, cortina y carpeta que había en esa habitación, en esa agradable sala de estar que era tan grande como su casa.

Nuevamente, al preguntarse cómo había llegado de un sitio a otro, terminó inmersa en su memoria. Volvió a estar en la mesa del comedor, donde su padre y sus hermanos salieron antes que ella, que quiso darle una mano a su hermana para lavar los cacharros.

―Andá, no llegues tarde ―la había retado Nyssa, queriendo disimular que estaba agradecida por la ayuda.

Lyna entonces tomó su maletín (mismo que ahora tenía sujeto entre las manos, casi con desesperación), y salió a la calle, andando con pasos ligeros y saltando sobre los charcos de agua. Algunos vecinos, como los panaderos y otros obreros, la saludaban al verla pasar, y ella les respondía con una sonrisa rápida, tanto porque iba a prisa como porque quería evitarlos. No era que no le simpatizaran, todo lo contrario, les tenía mucho afecto, pero a veces ellos la miraban con lástima desde que regresó de la Academia de Tarsycia. Lyna había vivido y estudiado allí por siete años, había tenido ese privilegio, pero por razones que nadie entendía, había vuelto a su casa, la casa de un albañil, a un barrio humilde de trabajadores. No eran el estrato social más bajo, pero sí parecían pobres comparados a la gente del ámbito intelectual al que Lyna había ingresado.

La Reina de las SombrasOnde histórias criam vida. Descubra agora