Capítulo 12

626 66 12
                                    

Lo primero que vio Lyna al despertar, fue el tono frío y azulado del cielo a instantes del amanecer

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Lo primero que vio Lyna al despertar, fue el tono frío y azulado del cielo a instantes del amanecer. No era un color reconfortante, pues resultaba demasiado invasivo, capaz de opacar al mundo. Por el otro lado, tampoco llegaba a ser tan desolador como la oscuridad en una noche sin luna ni estrellas. En cierto modo, transmitía bastante calma, una calma solitaria y silenciosa, pero calma ante todo. Y eso podía ser suficiente para ahuyentar a las pesadillas y para acallar los miedos que las producían.

Sin embargo, para terminar de extinguirlos, no había mejor remedio que la luz del Sol Naciente.

Con ese dicho en mente, Lyna se levantó de la cama, se vistió con la camisa y la falda, y se calzó las botas. Salió del dormitorio en puntas de pie, no queriendo despertarlas a las demás, pero entonces, captó unos susurros provenientes de la sala de estar. Al no reconocer las voces ni lo que decían, la joven se mantuvo petrificada al costado del pasillo, atemorizada por estar metiéndose en donde no la llamaban. Pensó en darse la media vuelta, en encerrarse en su dormitorio o en buscarlas a Natalya y Nabyla, mas no fue capaz de moverse ni un centímetro, presa del pánico.

Aguardó a que los susurros cesaran y, a pesar de que el miedo todavía no la había abandonado, Lyna avanzó lentamente entre penumbras hasta la sala. Observó a todos lados antes de pasar, pero estaba demasiado oscuro para ver poco más que sombras. Entró finalmente, con suma cautela, y se quedó a mitad de la sala, sin saber si era mejor escabullirse afuera como había planeado, o si debería primero correr las cortinas para iluminar el ambiente.

Por desgracia, no tuvo tiempo suficiente para decidirse, puesto que una de las voces que había escuchado la sorprendió murmurando su nombre. Pegando un salto a la vez que la atacaba un escalofrío, Lyna se volteó y vislumbró la silueta de Zayra como si acabara de despegarse de la pared. Estaba usando un camisón blanco y una bata de seda fina, lo cual, sumado a su palidez, le daban un aspecto etéreo, casi translúcido.

Perdona, no quería asustarte ―se disculpó sinceramente.

¡No, no! Está bien ―susurró Lyna―. Yo creí que estarías dormida.

Eso quisiera, pero siempre me cuesta conciliar el sueño antes de viajar.

Ah, entiendo.

Zayra esbozó una sonrisa pequeña pero agradable, y Lyna pronto concluyó en que los susurros debían haber sido de ella, que probablemente estuviera hablando consigo misma.

¿Ibas a dar un paseo?

Algo así, pero... No iba a hacer nada malo, lo juro.

¡Ja, ja, ja! Tranquila, Lyna. No iba a acusarte de nada, y tampoco pretendo mantenerte encerrada. Sos libre de ir a donde quieras y cuando se te antoje.

Lyna se acordó entonces de su primer día en el palacio, del Sr. Regyo aconsejándole no salir de su cuarto a menos que se lo pidieran o que sucediera una emergencia. Después de todo, el palacio no sólo no era su casa, sino que todos allí, incluida ella, tenían un protocolo a seguir, un horario para moverse y lugares que tenía prohibidos. Todo lo contrario a lo que Zayra le estaba ofreciendo.

La Reina de las SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora