Capítulo 17

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Ésta era la quinta vez que Lyna amanecía con resaca, y a pesar de no ser la peor de todas (ese puesto se lo había ganado la de su vigésimo segundo cumpleaños), logró mantenerla en la cama hasta la media mañana

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Ésta era la quinta vez que Lyna amanecía con resaca, y a pesar de no ser la peor de todas (ese puesto se lo había ganado la de su vigésimo segundo cumpleaños), logró mantenerla en la cama hasta la media mañana. Había pasado las últimas horas intentando despertarse, pero cada vez que abría los ojos, los párpados se le caían al primer pestañeo, y su cabeza, pesada cual bloque de concreto, la arrastraba a un sueño vacío. Se sentía ajena a su cuerpo, y estaba harta.

Poco a poco, fue espabilando sus miembros tullidos hasta por fin salir de la cama. Apenas logró sentarse, descubrió que se había quedado sola en el camarote, y que sobre la cama de Nabyla había una bandeja con una jarra de agua y un vaso, una muda de ropa, y una nota escrita en tahyelino, la cual decía: "Buenos días, Lyna. Tus tareas esta mañana serán mantenerte hidratada, refrescarte con un buen baño, y abrazarte a la almohada. En otras palabras, descansa. Con cariño, Zayra. P.D.: con Natalya y Nabyla estaremos en mi vagón, pasaremos por vos a la hora del almuerzo."

Riéndose un tanto avergonzada, Lyna decidió hacerle caso a las indicaciones de la Princesa. Primero, se tomó casi toda la jarra de agua, logrando aplacar un poco la acidez que la recorría desde la boca hasta el estómago. Luego, se puso la bata y se dirigió al baño, donde enseguida se encontró frente a frente con el reflejo de un par de arrugas oscuras bajo sus ojos. No iba a volver a tomar una gota de alcohol en los próximos meses, se juró.

Apenas tuvo llena la bañera y la superficie del agua cubierta de burbujas, la joven se desvistió y se sumergió por completo, librándose de gran parte del malestar que la agobiaba. Percibió su cuerpo mucho más ligero y su mente más relajada, lo que le permitió disfrutar del placer que un buen baño le ofrecía. Se lavó la cara y, entonces, cuando tanteó sus labios resecos, se acordó del "¿Te gustaría que te bese?".

La escena de la noche anterior galopó en su mente como en estampida. Los pasos en el techo, los ojos de Cyrino, su aura dorada, su risa incontenible, las miles y miles de estrellas, y la proximidad entre ambos, la seguridad, la confianza. Dirigió la mirada a su bata, descubriendo un trozo colgando en la esquina, esquina que desgarró al enganchársela queriendo escapar de él, o de ella misma, de sus fantasías.

Aunque quizás no se tratara de nada malo, pensó ruborizándose, pues no había fantaseado con besarlo, no se había imaginado algo romántico. Tan sólo quería abrazarlo, compartirle cierta calidez para aliviar esa tristeza que el Príncipe parecía estar escondiendo en el fondo de su corazón. Y eso era algo que ella haría por cualquiera.

Salió de la bañera en cuanto el agua comenzó a enfriarse, y una vez que se secó, se volvió a poner el camisón y la bata, y regresó a la cama. Sin embargo, en vez de dormir, extrajo del fondo del baúl un libro que no era suyo, pero que de alguna manera había terminado entre sus pertenencias: la recopilación de mitos y rituales de las Cinco Naciones del Este. Recordaba haberlo estado leyendo por última vez hacía ya unos días, en la primera habitación que tuvo en el palacio de Myoren. Supuso que, cuando el Sr. Regyo la movió a los aposentos de la Princesa, habría puesto el libro en su maletín con los otros seis, imaginándose que sería de ella. Un pequeño error, pensó, del que podía sacar cierto provecho.

La Reina de las SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora