Capítulo 5

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Apenas regresaron al dormitorio de Cyrino, ella entendió que lo que menos harían sería practicar tahyelino

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Apenas regresaron al dormitorio de Cyrino, ella entendió que lo que menos harían sería practicar tahyelino. El tiempo había tomado un ritmo caótico, el aire se percibía viciado, y esto se reflejaba en todos los que estaban en el palacio, y más aún en aquellos que giraban alrededor del Príncipe para arreglarlo, desde el modista con sus asistentes, el barbero y otros tantos mozos que le lustraban los zapatos y sostenían adornos (como anillos, medallas y la banda ceremonial negra con una línea dorada y resaltante).

Cyrino, por su parte, permanecía estático y con la mirada fija en su reflejo, como si estuviera hablando mentalmente consigo mismo. No lucía nervioso ni afligido, lo observó Lyna, pero sí un tanto perdido, no muy diferente a cuando ella estuvo frente al espejo con sus botas embarradas, a minutos de conocerlo a él. Se preguntó si así se sentiría también, atrapado en un instante perpetuo e irreal, preocupado por un momento que definiría el resto de su vida.

Era una situación tan azarosa casarse con una persona desconocida por conveniencia o arreglo familiar. Era algo que podía salir entre todo bien o desastrosamente mal, dependiendo del momento y de la pareja, algo de lo cual podía surgir un amor ardiente aunque efímero, un matrimonio duradero, o una guerra sin tregua.

Calculando estas posibilidades, Lyna se sentía segura y a salvo, puesto que sus padres nunca la obligarían a casarse por la fuerza, por más que desearan verla al lado de un hombre y dándoles nietos. No obstante, cuando entendieron que para ella lo más importante eran sus estudios y su autonomía, se resignaron a ser felices siempre y cuando ella fuera feliz. Por otra parte, le entristecía ver que había quienes no corrían la misma suerte de elegir o de vivir con libertad.

Volvió a posar sus ojos en Cyrino, descubriendo que éste ya la estaba mirando. Su expresión no había cambiado demasiado, pero al menos ahora se le notaba que tenía una idea más clara de la hora y el lugar.

―¿Todavía estás acá? ―le preguntó―. Deberías ir a arreglarte, o no me digas que con ese aspecto vas a conocer a la Princesa de la Luna.

Lyna chequeó su atuendo, encontrándolo aún impecable.

―Pues éste es mi mejor traje, y me veo muy bien así ―contestó.

―Podrías estar más bonita.

―Más bonita, puede ser. Pero ¿no le parece que luzco adecuada, Su Alteza?

―Adecuada, sí, pero no me conforma, y a vos tampoco debería.

―Ah, me apena tanto que diga eso ―Fingió una mueca avergonzada.

Cyrino ahogó una carcajada, a la vez que la disimuló tratando de aflojar distraídamente el cuello de la casaca.

De repente, un estruendo alertó a todo el mundo. Era el sonido de las campanas de muchos de los santuarios de la ciudad, anunciando que la caravana que traía a la Princesa estaba recorriendo ya sus calles. Lyna se imaginó el acontecimiento: las personas saliendo de sus casas, agitando pañuelos y celebrando a todas voces su llegada, haciendo fiestas en las plazas o corriendo tras los vehículos a toda prisa.

La Reina de las SombrasWhere stories live. Discover now