Castigo con Dolores

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Aquella noche, la cena en el Gran Comedor no fue una experiencia agradable para Bella y Harry. La noticia de su enfrentamiento a gritos con la profesora Umbridge se había extendido a una velocidad increíble, incluso para Hogwarts. Mientras comían, sentados entre Ron y Hermione, Bella oía cuchicheos a su alrededor. Lo más curioso era que a ninguno de los que susurraban parecía importarle que Harry y ella se enterara de lo que estaban diciendo de ellos. Más bien al contrario: era como si estuvieran deseando que se enfadaran y se pusieran a gritar otra vez, para poder escuchar su historia directamente.

—Dice que vio cómo asesinaban a Cedric Diggory...

Bella miró hacia la mesa de Hufflepuff y vio que a Cedric le hacían muchas preguntas alumnos pertenecientes a otras casas, a los cuales él contestaba asintiendo con la cabeza. Pero enseguida vio como Lara los corría a todos, amenazándolos con un tenedor.

«Genial —pensó Bella, volviendo la mirada a su plato—, también creerán que él está loco.»

—Lo que no entiendo —comentó Harry con voz trémula, dejando el cuchillo y el tenedor— es por qué todos creyeron la historia hace dos meses, cuando se la contó Dumbledore...

—Verás, Harry, no estoy tan segura de que la creyeran —replicó Hermione con desánimo—. ¡Vamos, larguémonos de aquí!

Ella y Bella dejaron también sus cubiertos sobre la mesa; Ron, apenado, echó un último vistazo a la tarta de manzana que no se había terminado y los siguió. Los demás alumnos no les quitaron el ojo de encima hasta que salieron del comedor.

—¿Qué quieres decir con eso de que no estás segura de que creyeran a Dumbledore? —le preguntó Harry a Hermione cuando llegaron al rellano del primer piso.

—Mira, tú ni Bella entienden cómo se vivió eso aquí —intentó explicar Hermione—. Aparecieron en medio del jardín con el cadáver de Cedric en brazos... Ninguno de nosotros había visto lo que había ocurrido en el laberinto... y luego Cedric despertó... No teníamos más pruebas que la palabra de Dumbledore de que Quien-ustedes-saben había regresado y había peleado con ustedes.

—¡Es la verdad!

—Ya lo sé, Harry, así que, por favor, deja de echarme bronca —dijo Hermione cansinamente—. Lo que pasa es que la gente se marchó a casa de vacaciones antes de que pudiera asimilar la verdad, y ha estado dos meses leyendo que tú estás chiflado y que Dumbledore chochea.

La lluvia golpeaba los cristales de las ventanas mientras ellos avanzaban por los desiertos pasillos hacia la torre de Gryffindor. Bella tenía la impresión de que su primer día había durado una semana, pero todavía debía hacer una montaña de deberes antes de acostarse. Empezaba a notar un dolor débil y pulsante sobre el ojo derecho. Cuando entraron en el pasillo de la Señora Gorda, miró por una de las mojadas ventanas y contempló los oscuros jardines. Seguía sin haber luz en la cabaña de Hagrid.

—¡Mimbulus mimbletonia! —dijo Hermione. El retrato se abrió, dejó ver la abertura que había detrás, y los cuatro se metieron por ella.

La sala común estaba casi vacía; la mayoría seguía abajo, cenando. Crookshanks, que descansaba enroscado en una butaca, se levantó y fue a recibirlos ronroneando, y cuando Bella, Harry, Ron y Hermione se sentaron en sus cuatro butacas favoritas junto al fuego, saltó con agilidad al regazo de su dueña y se acurrucó allí como si fuera un peludo cojín de color rojo anaranjado. Bella, agotada, se quedó contemplando las llamas.

—¿Cómo es posible que Dumbledore haya permitido que pase esto? —gritó de pronto Hermione, sobresaltando a sus amigos; Crookshanks pegó un brinco y bajó al suelo con aire ofendido. Hermione golpeó, furiosa, los reposabrazos de su butaca, y por los agujeros salieron trozos de relleno—. ¿Cómo puede permitir que esa mujer infame nos dé clases? ¡Y en el año de los TIMOS, por si fuera poco!

Bella Price y La Orden del Fénix©Where stories live. Discover now