Pelea y Huida

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Bella no tenía ni idea de qué era lo que planeaba Hermione; en realidad ni siquiera sabía si tenía algún plan. Harry y Bella salieron detrás de ella del despacho de Umbridge y la siguieron por el pasillo, conscientes de que resultaría muy sospechoso que se notara que ellos no sabían adónde iban, así que no intentaron hablar con ella. Umbridge los seguía tan de cerca que Bella notaba cómo respiraba.

Hermione bajó por la escalera que conducía al vestíbulo. Se oían voces y ruido de cubiertos y platos provenientes del Gran Comedor; Bella no podía creer que seis metros más allá hubiera gente cenando tranquilamente, que celebraba el final de los exámenes sin nada de qué preocuparse...

Hermione salió por las puertas de roble del castillo y bajó la escalera de piedra, donde la recibió la templada y agradable brisa de la tarde. El sol estaba poniéndose por detrás de las copas de los árboles del Bosque Prohibido, y mientras Hermione caminaba decidida por la extensión de césped, seguida de Bella y Harry (Umbridge tenía que correr para seguirles el ritmo), las largas y oscuras sombras del bosque ondulaban sobre la hierba detrás de ellos como si fueran capas.

—Está escondida en la cabaña de Hagrid, ¿verdad? —aventuró Umbridge, impaciente, al oído de Harry.

—Claro que no —repuso Hermione en tono mordaz—. Hagrid podría haberla puesto en marcha accidentalmente.

—Ya —dijo asintiendo con la cabeza; su emoción iba en aumento—. Sí, claro, seguro que la habría puesto en marcha, ese híbrido es un bruto.

La mujer rió y Bella sintió un irrefrenable impulso de darse la vuelta y agarrarla por el cuello, pero se contuvo. Notaba un dolor palpitante en la cicatriz, aunque aún no le ardía como si la tuviera al rojo, como sabía que ocurriría si Voldemort se dispusiera a matar.

—Bueno, ¿dónde está? —preguntó Umbridge con un deje de incertidumbre en la voz al ver que Hermione seguía caminando a grandes zancadas hacia el bosque.

—En el bosque, ¿dónde quiere que esté? —contestó la chica, y señaló los frondosos árboles—. Había que guardarla en un sitio donde los estudiantes no pudieran encontrarla por casualidad, ¿no le parece?

—Sí, claro —concedió Umbridge, aunque parecía un poco preocupada—. Claro, claro... Muy bien, pues... vayan ustedes tres delante.

—Si hemos de ir nosotros delante, ¿puede prestarnos su varita? —preguntó Harry.

—Nada de eso, señor Potter —repuso Umbridge con falsa ternura, y le clavó la punta en la espalda—. Me temo que el Ministerio valora mucho más mi vida que la de ustedes tres.

Cuando llegaron bajo la sombra que proyectaban los primeros árboles, Harry intentó captar la mirada de Hermione o de Bella, pues entrar en el bosque sin varitas le parecía algo mucho más imprudente que todo lo que habían hecho aquella tarde. Sin embargo, Hermione se limitó a lanzar a Umbridge una mirada de desprecio y se metió sin vacilar entre los árboles; caminaba tan deprisa que Umbridge se veía en apuros para seguirla a causa de lo cortas que eran sus piernas.

—¿Está muy lejos? —preguntó la bruja cuando la túnica se le enganchó en unas zarzas.

—Sí, ya lo creo —contestó Hermione—. Sí, está muy bien escondida.

Los recelos de Bella y de Harry iban en aumento. Su amiga no había tomado el camino que habían seguido para ir a visitar a Grawp, sino el que ellos habían recorrido tres años atrás, que conducía a la guarida del monstruo Aragog. Hermione no había ido con ellos en aquella ocasión, y Bella dudaba que su amiga conociera el peligro que acechaba al final de aquel camino, bueno, al menos para ella, Harry y Umbridge.

Bella Price y La Orden del Fénix©Where stories live. Discover now