Un hombre peligroso y otro prohibido.
Danisa Jansen ha tenido el privilegio de probarlos a ambos. Y, al mismo tiempo, ese privilegio se transformó en dolor.
Hoy, ella cuenta su historia a través de un libro, un libro que ha llegado a manos de ambos...
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Gerónimo y Ariel llegaron a la habitación de hotel al atardecer. El lugar era hermoso, debían agradecer tener una persona como Danisa Jansen en sus vidas que nunca escatimaba cuando se trataba de la gente que le importaba.
― ¿Alguna vez esperaste que a la persona que más daño le hicimos nos tendiera la mano de esta forma? ¿Sin pedir nada a cambio?
Preguntó el sacerdote, sentándose en el sofá, con sus ojos en la ciudad y los rayos que la iluminaban.
― Nunca, pero, estoy agradecido de su forma de ser. Estoy... feliz de haberla conocido...
Ariel caminó hacia la recámara, y se observó en el espejo del tocador. Se había bañado y quitado el hedor en el refugio, pero, la barba de 2 semanas estaba allí, su rostro demacrado.
"No soy yo".
Y la verdad es que nunca volvería a ser el que era.
Viajó a ese lugar remoto esperando cambiar y lo había logrado, de mil formas.
Buscó la afeitadora entre sus pertenencias y la espuma de rasurar. La colocó en su piel y ardía. Hizo una mueca de dolor cuando el mentol tocó su rostro.
― No lo hagas todavía.
Le reprochó Gerónimo, quien se había quedado en el umbral de la puerta del baño, siguiendo sus acciones.
― Soy un asco.
― No, sólo tienes barba.
Dijo, quitándole los elementos y limpiándole el rostro para después colocarle una crema humectante.
― ¿Cómo carajo me reconociste? ¡Apenas yo lo hago!
― Tus ojos...
Respondió de inmediato Gerónimo, dándole una media sonrisa.
― Es lo más bello que tienes. Es el color de la selva...
Ariel arrastró su mirada por cada espacio del cuerpo de ese hombre frente a él.
― ¿Está mal que desee hacer el amor contigo?
Gerónimo negó y lo llevó hacia él.
― No, lo malo sería no disfrutar este encuentro después de esperarlo tanto...
― Sigues siendo prohibido.
Le susurró en el oído, para después dejar un beso por debajo del lóbulo de la oreja.
― Lo soy.
― Y todavía eres un cobarde.
Gerónimo enredó sus brazos en el cuello del hombre y decidió olvidarse de la última frase que había salido de esos labios que ansiaba probar toda la noche.
