64- ¿Compartes tu vida conmigo?

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Buenos Aires, un mes después...

No era fácil acostumbrarse a vivir lejos del sacerdocio. Gerónimo nunca creyó que extrañaría tanto las conversaciones de Ana, la mujer de la limpieza o de Fausto que trabajaba en administración. Las charlas con los jóvenes que se daban una vez por semana. Las personas que formaban su mundo y ahora ya no lo hacían.

Se había alejado completamente de la institución a la que había prestado servicio, pero, lo que más le dolía a Gero era sentir que también había abandonado a Dios.

"Si te gusta ir a la misa, hazlo. Nadie te detiene y tampoco te juzga".

Ariel tenía razón, Gerónimo lo sabía, como también era consciente de que había muchas iglesias a las cuales podía ir, no sólo su antiguo hogar.

Por momentos, se sentía tan confundido, su corazón dolía por ese pasado que de un portazo se había cerrado para nunca regresar.

La dura realidad, la añoranza del pasado y la profunda verdad del presente.

Gerónimo amaba a Ariel Imhoff, con todas sus fuerzas, con el alma, como nada en este mundo. Había tenido 2 caminos y había elegido el correcto, sin embargo, era inevitable pensar en su otro yo, en el Padre Blake y en lo que estaría haciendo en ese mismo momento.

Gero contempló el paisaje gris de los edificios que rodeaban el suyo, el sol se había escondido desde el día anterior y las nubes negras poblaban el cielo, amenazantes. Ariel debía visitar a 2 pacientes para sesiones de kinesiología. Gero pensó como haría ahora que debía salir al mundo y encontrar otro empleo.

Era un hombre que adoraba hacer actividades, no era el típico que se queda en un lugar sin hacer nada por lo que, esos meses serían difíciles de sobrellevar, entre presentar currículos, a formar parte de entrevistas laborales. Era un hombre joven, sin embargo, carecía de experiencia laboral más allá de la iglesia. Le encantaba participar en voluntariados y actividades filantrópicas, pero, eso no generaba dinero y, si pretendían mudarse de ese minúsculo cubículo en el que vivían debía trabajar para ello y ayudar a Ariel.

Sintió el golpe en la puerta y su vista fue hacia ella. Un sobre de tamaño mediano se deslizó debajo de ella. Gero frunció el ceño y dio pasos hasta el lugar, se agachó y levantó el sobre. Sus manos temblaron cuando vislumbró el sello del Vaticano.

"La respuesta a la dispensa".

Dio un gran suspiro y abrió el sobre con rapidez, los nervios provocaban que las manos temblaran y su corazón bombeara sangre como de una manguera. La carta estaba doblada en 3, finamente doblada, perfecta. Ellos nunca escatimaban en detalles, esas cosas eran todo a la hora de generar una buena impresión.

Gero estiró la carta y se acercó a la mesa del comedor, se sentó y con tranquilidad se dispuso a leer la respuesta del Papa con respecto a su pedido de dejar de pertenecer al cuerpo eclesiástico.

Gerónimo se detuvo en cada párrafo, en cada vocablo bien escrito mientras la sonrisa se dibujaba en su rostro. Lo habían liberado del sacerdocio y con ello, le daban su bendición para la vida secular.

Las lágrimas mojaron el papel cuando llegó al último párrafo, a esa última palabra en dónde le deseaban que Dios siguiera protegiendo su camino, sin importar cuál fuera.

El exsacerdote dobló la carta y la apoyó en su pecho y el llanto desconsolado lo invadió. Era lógico, Emiliano ya le había advertido que esto pasaría.

"Es un duelo, te derrumbarás de dolor y en lágrimas, pero, finalmente, encontrarás la nueva vida".

Cientos de imágenes llegaron a su cabeza, Alina, sus antiguos profesores, Emiliano, sus padres, sus tíos, sus amigos; los que estaban y los que se habían marchado, los jóvenes de la calle, los ancianos que llegaban a buscar su almuerzo diariamente, los Esteros, el río Iguazú, las flores que flotaban en él, Damián, Diego, Carla, Martin, los hombres que habían salvado a Ariel, los médicos, y, entonces, en medio de ese vendaval que azotaba su corazón aparecieron ellos, sí, los 2. Danisa, con su belleza y su espíritu inquebrantable que le mostró que siempre se puede seguir adelante y perdonar y Ariel, su amor imposible, ese que ahora dormía entre sus brazos cada noche. Ese por el que había arriesgado todo y por el que ya no le temía a nada.

"Gracias".

Respiró profundo y recuperó la vida, poco a poco, saliendo de la angustia, de ese ciclo que termina y vuelve a empezar.

Se puso de pie y observó hacia todos lados. Tenía que salir, necesitaba aire nuevo.

Se colocó la chaqueta por el viento húmedo y frío, y caminó por las calles, mientras la gente iba y venía, con sus vidas que apenas eran vividas. Observó las vidrieras y se detuvo frente a la joyería.

Un par de alianzas con dibujos celtas le llamaron la atención. Era un Blake, toda la vida su tío y su primo Damián lo había llenado de historias de sus antepasados y sus espíritus guerreros.

"Luz y amor".

Se dijo a sí mismo, y, en ese segundo, ese era su sueño. Vivir el presente con luz y amor, sin importar las tormentas momentáneas, esas que vendrían y se irían porque la luz era más fuerte.

Tenía pocos ahorros, y era un gran riesgo adquirir esas piezas sin saber cómo reaccionaría Ariel ante ellas, pero, se entregó al momento y a su deseo.

Regresó a su departamento una hora después, encontrando a Ariel sentado en la mesa, con un café en la mano, leyendo la carta del Vaticano.

― Hola.

Pronunció Gero, cerrando la puerta detrás de él. Ariel se limpió las lágrimas y sonrió.

― Hola...

El muchacho caminó hacia él y se puso de rodillas a su lado, Ariel se mantenía en la silla y le sujetaba las manos.

― Somos libres — declaró con alegría —. Eres dueño de tu vida.

― Siempre lo fui — afirmó —. El problema es que nunca lo supe, estaba tan perdido que jamás vi más allá de la caja en donde estaba encerrado. Si hubiera mirado hacia arriba, me habría dado cuenta de que la caja nunca tuvo tapa, y la salida estaba allí, sólo debía tomarla...

― Amor...

Ariel lo sujetó de las mejillas y lo besó con pasión, el desenfreno derramado en un simple beso que decía tantas cosas, que revelaba millones de emociones.

― Levántate —le pidió pasados unos minutos.

― No.

Negó Gerónimo y sacó el pequeño estuche del bolsillo de su chaqueta. Ariel frunció el ceño y luego, comenzó a reír, tornándose en un ataque incontrolable de risa.

― ¿Eso es lo que yo creo?

― Sí — dijo Gerónimo —. Es un anillo, y es para ti. Dime Ariel ¿eres valiente? ¿eres capaz de compartir tu vida con una persona que recién sale al mundo?

Ariel le acarició el cabello, y se enfocó de nuevos en esos ojos que, igual a pozos sin fondo lo engullían sin retorno.

― No soy valiente, amor — confesó —. Tengo muchas fallas, demasiadas, a menudo me aborrecerás, sin embargo, siempre tendrás mi corazón. Acepto ser tu esposo, porque si vas a salir al mundo... yo quiero hacerlo contigo...

TEMPESTAD - S.B.O Libro 10 (Romance gay +18)Where stories live. Discover now