14. La ciudad se ha llenado de lágrimas.

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La relación que mantenía con sus amigas no le había salvado la vida, pero casi.

Nunca había sido una persona introvertida a la que le costase relacionarse, pero encontrarlas y compartir con ellas toda su etapa universitaria y los posteriores años de inserción en la vida adulta fue lo mejor que le había podido pasar. Pese a ser una persona muy sensible, capaz de llorar por no poder abrir un tarro de judías, Samantha no acostumbraba a decir "te quiero" a la cara. Simplemente, no le salía. A nadie. Y aunque pudiera parecer extraño, con ellas era más sencillo y cada "te quiero" tenía un color distinto, como el cielo de Grecia ese sábado al atardecer. Eran las personas que más habían escuchado esas dos palabritas salir por su boca, más incluso que cualquier pareja, más, por ejemplo, que Rubén. Y decirlo más o decirlo menos no era sinónimo de sentirlo en concordancia, era sinónimo de comodidad, de gratitud y de deuda.

Aquel sábado fue un día raro, de esos tontos que tenemos de vez en cuando. Los días de resaca siempre tenían un poco de eso, de reflexiones profundas, digestiones pesadas y cuerpos lentos y entontecidos. El cansancio de una semana de turismo sin parar la tenía agotada, y beber y bailar la noche anterior hasta las cinco de la madrugada no había hecho más que aumentar esa sensación. En el coche, mirando el abanico de colores rosas y azules que desplegaba el cielo de Grecia para ellos de regreso a la villa, Samantha pensó en sus amigas. Jugueteaba con uno de sus anillos dándole vueltas entre sus dedos y sentía el pelo reseco y apelmazado por la sal del mar, pero el agua, la arena, la brisa, el sol y él le habían instalado una paz dentro que hacía tiempo que no sentía. Y mientras Flavio preguntaba si quería que pusiera música, todos los pensamientos vinieron a la vez.

Las primeras fueron ellas. Estela y Julia llevaban todo el día solas en casa, sin transporte porque el coche se lo había llevado Flavio para enseñarle a ella, única y exclusivamente, una calita secreta; y no había podido comunicarse con ellas porque en la playa no había cobertura y al volver al coche ya no tenía batería. Las había abandonado y, aunque fueran personas adultas y perfectamente capaces de sobrevivir sin ella, aquello eran unas vacaciones en "familia", no podía desligarse del grupo sin consultar, sin proponer planes alternativos... Aquel paquete turístico lo habían contratado las tres para ir las tres juntas y ella se daba cuenta ahora, quizás demasiado tarde, de que estaba encontrando en Flavio algo que le hacía querer pasar tiempo a solas con él, pero no era él al que le debía su presencia.

Lo cual le llevó al segundo pensamiento. Flavio. Los nervios que le provocaba ese niño de veinticinco años ella ya los conocía porque se había enamorado más veces y siempre empezaba así. Empezaba con ese cosquilleo en la boca del estómago al verle, con esa forma de intentar que tu cerebro sea igual de ágil como lo es en circunstancias normales y no se atasque al hablar con él; empezaba fijándose en detalles que al principio sólo eran físicos (las manos tan elegantes que tenía, de aspecto suave y con las uñas cuidadas; el pelo negro azabache cayendo en una onda sobre su frente y dándole un aspecto de artista de cine antiguo; las proporciones generales de su cuerpo, regio, espigado, refinado) pero que pasaban a ser algo más (interesarse por la hipoacusia, regalarle visitas privadas para que viera Grecia con los ojos con los que él la veía, buscar siempre su intervención y su opinión en todas las conversaciones...). Sabía cómo empezaba, y sabía cómo terminaba y era en terapia y con el corazón roto.

Le miró. Conducía en silencio mirando atentamente a la carretera. Al otro lado de la ventanilla, Grecia se retiraba a dormir con un manto de ocres deshaciéndose en azules marinos como telón de fondo. Verle desde esa perspectiva parecía un videoclip, pero la película se la estaba montando ella. Flavio no apartó la mirada de la carretera al sentir que Samantha le miraba, pero bajó el volumen de la música mientras sonaba una canción de Mando Diao y le tendió la mano derecha, controlando el volante con la izquierda.

La Luz de Grecia.Where stories live. Discover now