Reminiscencias

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Estar cerca de Sammuel era una adicción. Una que no conocía ningún tipo de rehabilitación para su cura. Una que era tan imprescindible para mí como la necesidad constante de respirar. Mi añoranza por el perfume de su piel era la misma que la de mis pulmones por el oxígeno. ¿Qué haría yo sin oxígeno y que haría yo sin Sam?

—Es demasiado temprano como para que estés dormida —me habló el chico al abrir los ojos, cuando desperté entre sus brazos.

Cada noche, Sam se aparecía en mi habitación en una costumbre que se había vuelto parte de nuestra rutina.
¿Había dicho "nuestra"? ¿Teníamos algo "nuestro" realmente?

Era un hábito silencioso, secreto y atractivo por ser hasta cierto punto peligroso. Nadie más sabía que él estaba en mi habitación, solo yo, y si Erick entraba cuando el chico estaba allí, Sam se ponía a hacer muecas detrás de mi hermano para hacerme reír por sus ocurrencias. Él intentaba esfumarse cuando Anna estaba en la casa y, gracias a quienquiera que estuviera en los cielos, nunca estaba cerca de mí si Lachlan estaba merodeando mi pensamiento.

Sam y yo hablábamos por horas de todo aquello que cruzaba por mi cabeza y era una liberación del mundo real aunque, muy inteligentemente, él siempre mantenía todos sus secretos alejados de mí con algo de aquel atractivo misterio que siempre le rondaba.

—Me quedé dormida leyendo —dije recordando que luego de la cena había comenzado a leer La biblioteca de la medianoche y había quedado rendida entre sus páginas.

—Perdón por despertarte —sonrió él pasando los dedos por mis mejillas y besando mi frente con sus cálidos labios.

Me acomodé en su pecho y miré el reloj descolorido junto a la mesa de noche.

—Son solo las 10:00 pm de un sábado por la noche —reí—. ¿Qué más pudiera estar haciendo?

—No lo sé —habló Sam con un tono juguetón escondiendo su rostro en mi cabello para sentir el perfume lavanda de mi shampoo—. Salir con tus amigos —enumeraba a tientas mientras hacía cosquillas sobre mi cintura con sus dedos—. Ir al cine. Ir a un café... Tener una cita —rió levantando una ceja.

Lo miré desde abajo y vi sus ojos verdes brillar al tenerme tan cerca de su boca. Besé su barbilla en pequeños y gentiles besos y lo escuché gruñir a ojos cerrados alzando su cuello en busca de más.

—Y ahora... ¿con quién debería ir en una cita? —pregunté provocándolo mientras tiraba una pierna sobre él. Mi muslo se estiraba sobre su masculinidad y la sentía comenzar a palpitar debajo de mí.

No podría hacer lo mismo que la otra noche nuevamente. Era demasiado cruel no sentir todo de él dentro de mí. Estar limitados a no besarnos era mucho más de lo que yo podía soportar y, si conocía algo de Sammuel, sabía que la distancia entre nosotros estando tan jodidamente cerca, también lo estaba matando.

—No sé... ¿A quién tienes en la cabeza? —su tono picaresco iba in crescendo mientras dejaba escapar jadeos juguetones que sabía me estaban volviendo loca—. ¿A mí o a Lachlan? —presionó atigrando los ojos verdes con aquel centellear endemoniado en ellos que me incitaba a morderle los labios solo para oírlo quejarse.

—¡No seas así! —respondí molesta golpeando su pecho, como si estuviéramos a punto de tener una graciosa pelea de pareja—. Yo no soy igual que tú, Sammuel Fennigan. Yo no pienso en alguien más cuando estoy en una cita.

—¡Yo no estaba en ninguna cita! —se excusó rodeándome con sus manos. Eran tan grandes que solo una era suficiente como para sostener toda mi cintura.

—¡Lo sé! —me senté sobre su virilidad y él llevó instintivamente sus dos manos a mis caderas, apretando mis curvas y enterrando sus dedos en mi nalgas. Los míos, a su vez, estaban en sus marcados abdominales que sobresalían por encima de su pullover—. Vi toda tu perfomance en Helena.

El Valle De Los Lobos ✔️ [Libro 1 Saga De Los Dioses Caídos]Where stories live. Discover now