Capítulo 39: Libros sin cerrar

3.8K 241 42
                                    

Recuerdo como me he girado hacia ella cuando lo ha dicho, cuando ha pronunciado la palabra: inspectora.

─¿¿Cómo has dicho?? ─ le he preguntado mirándola con la boca abierta─.

─ A ver Alba, lo digo por lo mucho que te gusta atarme y mandar, mandar se te da tan bien... . Además, nunca has usado unas esposas conmigo con lo típico que es en tu mundillo BDSM. Imagino que debe haber algo por ahí escondido... . Así que me lanzo: o eres una poli o una delincuente. O quizá, has aborrecido las esposas por algún otro motivo, quizá el dueño de esta camiseta te las puso. ─Mi cara era un poema, un puto poema─. Pero, sobre todo, y ahora hablo en serio; lo digo por como intentas acorralar a ese hijo de puta, por esa locura de querer salvar a esa chica de ahí y por como mantuviste la compostura con todo lo que pasó. Creo que tu serenidad me empujó a mí a poder hacerlo también, a no derrumbarme. Así que cuando me preguntaste si tenías cara de poli, pues sí. Lo creía, la verdad.

Yo me he quedado muda pensando en todo lo que me estaba diciendo. Hasta que al final le he respondido:

─ ¿Así que todo esto porque no he usado unas esposas contigo?

─ A ver, es solo un decir. Digo que me llama la atención.

─ Pues... acertaste. Era poli, pero ya no. Y sí, mi cargo era de inspectora.

─ La verdad es que te pega.

─ ¿Me pega? No sé si me gusta que seas tan lista.

─ Admite que te encanta ─ y jugueteaba haciendo circulitos en mi rodilla─.

─ Se te está soltando mucho la lengua últimamente...

─ Pues... deténgala inspectora, deténgala.

Y eso he hecho, la he besado y apresado con la mía. Todo por evitar que me pregunte y descubra que, al principio, solo me fijé en ella con la excusa de ser un reclamo para atraer a ese cabrón y se asuste al ver todos los demonios que me rodean. La he encarcelado en mi boca con el deseo de que callase y cumpliese su propia cadena perpetua en ella.

─ No vuelvas a llamarme inspectora ─ he dicho a un milímetro de sus labios, advirtiéndola mientras la sujetaba de la barbilla─ y lo digo muy en serio.

─ Lo siento. No sabía que te molestaba.

«No me siento cómoda con que sepa que era policía. Ahora me siento descubierta completamente. Aunque, supongo que exponiéndola a lo que lo expuesto hay que ser muy idiota como para no sumar dos y dos».

─ No salí muy bien parada de allí y... ahora ya... no importa. Es complicado.

─ Lo siento... No volveré a decírtelo, veo que es algo que no te gusta recordar. Suerte que me encantan todas tus complicaciones ─y me ha acariciado la mejilla con suavidad─ y yo he cerrado los ojos acompañando su mano, como en un deseo de acunarme en su gesto─.

Después, recuerdo que no hemos hablado de nada importante, solo nos hemos reído y desayunado juntas, en la cama, como ella quería. Y he sentido una punzada de pena cuando se ha ido, como de echarla de menos en cuanto he cerrado la puerta... . Le hubiera pedido que se quedase conmigo todo el domingo, aunque no hiciésemos nada. Solo por tenerla cerca de mí, pero no me he atrevido a hacerlo. Y me preocupa eso, no que no me haya atrevido, sino lo mucho que me apetecía hacerlo; el simple hecho de hacer nada con ella, solo tenerla cerca. Y pienso en que: No quiero enamorarme ahora, no es el momento. Pero quizá, es tarde para pedir que algo que ya se siente, no suceda... .

En ese momento, suena el timbre, y voy a abrir con la esperanza de que se le haya olvidado darme un último beso. Pero cuando abro, veo a Julia y mi sorpresa es aún mayor:

DesenmascárameWhere stories live. Discover now