Capítulo 25.1: Duele

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Carla
Dolía, dolía muchísimo.

Joder, por más que me había preparado para este momento, no estaba lista para el dolor que suponía traer una —o dos — vidas al mundo.

Sentía como si todo mi interior quisiera salirse por mi vagina. Las palpitaciones me dejaban sin aire y la cabeza me comenzaba a dar vueltas.

— ¿Dónde está William? —pregunté sin aire.

—No lo sé —respondió Gabriel con preocupación.

Pesa a mi dolor, no pude evitar sentirme feliz y alegre. Al fin conocería a mis hijos. Serían tan afortunados, tendrían una madre que los amaría con la vida y a falta de un padre, tendría dos.

Los últimos meses con los chicos habían hecho que me diera cuenta de que, antes de ellos, no sabía lo que era el amor. Tenerlos a los dos como mi pareja era gloria pura y ahora seríamos tres padres maravillosos.

Mientras mi cabeza se perdía en el dolor y los delirios, el enfermero —un chico joven de piel trigueña y bondadosos ojos—, me ayudó a cambiarme de ropa a una bata y me llevó hasta el salón.

Me dio escalofríos, la enorme sala era de color verde oscuro y tenía una camilla en el centro. Una mesa con los instrumentos descansaban a un lado y montones de máquinas se esparcían por todo el lugar.

Para mi desagrado, me conectaron a esas máquinas.

— ¿Vas a querer epidural? —preguntó el enfermero.

—No —respondí mirando a Gabriel, juntos habíamos decidido no inyectar químicos en mi cuerpo.

Que pendejada más grande esa, ¡si yo hubiera sabido que el dolor iba a aumentar más me la hubiera puesto!

—Pero si es la señorita Prescott —dijo el Dr. Clear entrando en el salón vistiendo mascarilla y bata verde ¿Por qué rayo todo debía ser verde?

—Doctor, sacalos ya —pedí, el dolor era cada vez más frecuente.

—Te has adelantado casi un mes —dijo desapareciendo entre mis piernas —tienes ocho centímetros de dilatación. Con dos más podremos comenzar.

Mierda, todavía había que esperar.

—Tengo miedo —hipé apretándole la mano a Gabriel.

—No te preocupes, pequeña, todo saldrá bien —me tranquilizó besándome la frente.

— ¿Y dónde está el señor Astor? Es raro no verlo dando vueltas —preguntó el doctor.

—No sé —respondí, la desaparición repentina de William me tenía preocupada.

—Estamos listo —anunció el doctor —Señorita Prescott, puje con cada contracción que sienta.

Si alguna vez han dado a luz, entenderán mi sufrimiento. Si no lo han hecho, no se lo podrán imaginar.

El cuerpo entero me ardía, las piernas se me acalambraban y la vagina parecía a punto de explotarme. El sudor corría como la lluvia por mi frente mientras mis gritos llenaban el salón.

Llamé al doctor de maneras que no se deberían decir, era el dolor el que hablaba, claro. Le apreté con tanta fuerza la mano a Gabriel que creía que se la iba a partir, él no se quejó, estuvo animándome todo el tiempo.

Entonces, de repente, sentí un enorme alivio, como si mi cuerpo hubiera expulsado la causa del dolor. Un estridente llanto llegó a mi oído.

—Es un niño —anunció el médico.

Apenas tuve tiempo de verlo, una enfermera con unas tijeras en mano cortó el condón umbilical y se lo llevó. Otra ráfaga de dolor me atacó.

— ¡Mierda! —grité pujando con todas mis fuerzas.

—Ya falta poco, puje un poco más..

Puse toda mi vida en ese último pujo. Estoy segura de que el grito que di se escuchó en Brasil. Y como antes, el alivio llegó acompañado de un estridente llanto.

— ¡Es una niña! —exclamó Gabriel. ¿De que se impresionaba? Ya eso lo sabíamos.

Esta vez no tuve fuerzas de mirar en dirección de la bebé. La vista se me nublaba y el cuerpo parecía ser de plomo. El pitido de una de las máquinas era cada vez más constante.

— ¿Qué sucede? —preguntó Gabriel, alarmado. Yo sentía las voces amortiguadas, como si escuchara a través de una almohada.

—Tiene una hemorragia —informó el médico con gravedad.

No volví a escuchar ninguna otra voz, solo el pitido de la máquina.

Pi, pi, pi, piiiiiii…

William
Lo sentí, ese momento en el que una parte de tu alma muere y ya no sientes nada más que dolor.

Estaba inconsciente pero lo sentí. Un grito de desesperación, otro de miedo, la tronante voz del doctor.

Lo sentí todo como si estuviera ocurriendo frente a mí.

La sofocante oscuridad me comenzó a consumir de los pies a la cabeza. El corazón se me desasía a pedazos. El silencio me aplastaba y asfixiaba.

Entonces, sentí algo, dos sonidos familiares, los sonidos de dos corazones latiendo a toda marcha.

Bum, bum, bum, bum, bum, bum.

Mi cuerpo sintió la euforia, ¿era lo que creí?

No me dio tiempo de descubrirlo, el sonido desapareció y un ruido lo remplazó.

Pi, pi, pi, piiiiiii…

Desperté llorando.                                                                                                                           

Aquel Otoño (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora