Capítulo 26: El final

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Un año después

Ya había pasado un año desde aquella mañana en la que nacieron los gemelos y… no puedo decirlo, aun duele su perdida.

Ahora caminaba por el desolado cementerio de New Hampshire. Un lugar amplio lleno de lozas de personas olvidadas y recordadas por igual.

Siempre odié estos lugares, tanta tristeza acumulada en una parcela de tierra era devastador.

En la mano derecha sostenía un ramo de rosas, sus favoritas, y en la izquierda una foto suya. La imagen parecía sonreírme y era tan genuina que se sentía real.

Todos los meses desde su muerte había venido a llorar a su tumba hasta quedarme seco. No podía creer que no estuve a su lado en los últimos momentos.

Las flores de mi última visita yacían secas a un lado y un ramo fresco ocupaba el lugar. ¿Quien pudo haber venido a visitarla? No es que tuviera muchas amistades o familia en este lugar.

Las piernas me fallaron cuando coloqué mi ramo, siempre me pasaba igual. Mes tras mes me prometía ser fuerte y terminaba por derrumbarme.

Las lágrimas corrieron por mi rostro y cayeron en el grabado dorado de la loza. Lo había leído un millón de veces y seguía sin creer que fuera verdad.

Vivian Astor. 1970-2020 Amada madre y esposa.

—Hola, mamá —dije acariciando la lápida— estoy de nuevo aquí. Ya ha pasado un año desde que te perdí.

Sé que estarán confundidos, yo lo estaba. Pero retrocederé y contaré que sucedió el día 4 de abril del 2020.

Tras nuestra devastadora discusión en la que terminé echando a mamá de casa, ella pidió un taxi para marcharse al aeropuerto. En palabras oficiales del taxista ella estaba enojada y se puso a gritar en el coche. El conductor se distrajo tratando de calmarla y un autobús les impactó por el costado. El taxista sobrevivió, mamá no.

No puedo explicar cómo me sentí después de haber despertado de mi desmayo y descubrir que ella había muerto.

¡Era mi culpa! Si yo no la hubiera echado de casa ella estaría viva.

Perdí los nervios en el hospital, grité, golpeé todo lo que encontré y al final terminé llorando en una esquina. Era mi culpa, yo era un asesino.

Pasé horas en el suelo del hospital, no quería vivir, nadie se me podía acercar, me odiaba por estar vivo.

Entonces Gabriel vino a buscarme, se acostó a mi lado y me abrazó. Yo lo golpeé, lo morí y le grité. ¡No quería que nadie me tocara! Solo quería morir.

El aguantó cada golpe sin protestar.

—No es tú culpa —me repetía una y otra vez—. Tienes que ser fuerte William, tus hijos acaban de nacer, ellos te necesitan ahora, yo te necesito y te necesita Carla que está luchando por su vida en un salón de operaciones. Reacciona por favor.

Es increíble el poder que tienen las palabras, tras escucharlas, mi cuerpo reaccionó solo. Sacando las pocas fuerzas que me quedaban logré ponerme en pie y acompañar a Gabriel hasta donde mis hijos descansaban.

No se si es posible, pero cuando vi a los gemelos en la incubadora, me sentí feliz y triste, los dos sentimientos a la vez. El dolor de la muerte de mamá y la felicidad de verlos.

Después de eso estuvimos en el hospital una semana. Carla había salido muy mal del parto, una hemorragia interna casi termina por llevársela. El doctor Clear estuvo luchando por salvarla siete horas seguidas hasta que al final salió a la sala y nos dio la buena noticia.

Aquel Otoño (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora