20. Eloy

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Nos dispersamos. Líomar se volvió a su alcoba, junto a Arys. Antes de eso me acompañó hasta la alcoba de mi madre, que compartía estancia con Anna. Una suite grande, con baño propio. Llena de luz y ventanales amplios. Disponía de chimenea para calentar la estancia. Una zona de juegos con juguetes para Anna, libros, pinturas... había dibujos colgados por todo ese lugar, y dos pinceles en el vaso con agua... Helena había estado ahí.

—Anna está con Robert y Damon, jugando con ese bicho. Mira —dijo mi madre, invitándome a adentrarme en la habitación y a mirar por la ventana.

Mi hija se reía cargada sobre lomos de ese animal. Damon me había advertido de que ese poni felino era completamente inofensivo para aquellos que él consideraba inofensivos para él. La bestia estaba ronroneando con mi hija. Chupándole la cara incluso. Ella se reía a carcajadas ajena a nuestras miradas posadas desde la primera planta. Apoyé mi cabeza en el cristal y suspiré rendida.

—¿Eathan te ha puesto al corriente? —pregunté a mi madre. Ella se acercó y me abrazó por la espalda, frotándome los hombros.

—Él me ha contado lo ocurrido lo mejor que ha podido, pero espero que el tiempo que estés en este palacio, puedas ser tú misma quien me cuente las cosas. Estoy harta de saber de ti por otros, Eirel. Habla conmigo, por favor —Me giré hacia ella y la abracé con todas mis fuerzas.

Le hice caso. Puede que tardásemos dos horas en ser llamadas a cenar, y en ese tiempo yo vacié mi alma. Ella preguntaba por aquello que sabía que me había herido, ella me aconsejaba, como siempre. Le describí lo que había ocurrido, que ahora era algo distinto.

Lloré y reí a su lado. Conversando como cuando volvía de la universidad cada tres o cuatro fines de semana y le contaba mis días con una taza de café sobre el sofá, y nos reíamos de mis desastres, y ella me contaba los suyos. Ella era mi mejor amiga, al fin y al cabo. Pese a las diferencias y a las broncas, pese a mis rebeldías, mi madre seguía siéndolo todo para mí.

Encontré a Yarel en el pasillo. Antes de bajar a comer. Nos quedamos quietos, mirándonos uno al otro. Yo leía en sus ojos la afirmación que gritaba tras su mirada «Lo sabe». Avancé hacia él y me mantuve firme. Antes de que pudiera emprender mi tanda de reproches él levantó su mentón, autodefensa.

—Edward me lo ha dicho. Sé que lo sabes. Sé lo que piensas al respecto, y tienes razón en una parte. Este no es lugar para discutir sobre esto —Fruncí el ceño. Él miró disimuladamente a una puerta que había cerca, una alcoba.

—Espero que baje a cenar, con todos. Que no se esconda más, Yarel. Esto no es una vergüenza, tu hermana merece estar con gente. Cambiaremos las leyes, deja de protegerla.

—No es a Helena a la que estoy protegiendo —sentenció el Rey. Me miró fijamente.

La puerta se abrió lentamente. Esa que Yarel miraba con tanto recelo. Tras esa madera blanca apareció un cuerpo delgado, pálido, enfundado en un vestido recto y largo de color turquesa claro. Un vestido simple y elegante, para una princesa como ella. Helena.

Sus ojos azul gris se clavaron como estacas de hielo sobre los míos. Su cabello estaba recogido en una gran trenza que caía por su hombro. Éramos antitéticas. Ella era la luz de ese lugar con esa belleza serena que poseía, yo era una mancha de ropa negra y cabellos despeinados. Luego ella sonrió y tuve la sensación de que lo hacía con la misma frialdad con la que Damon arrancaba corazones a sus enemigos.

—Cuanto tiempo —canturreó ella avanzando hacia mí. Yo me afirmé, y la encaré.

—Siento mucho lo que te ha ocurrido, Helena —Ella sonrió con incredulidad.

ERALGIA V, La RevueltaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora