49. Apoyos

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Frey tomó una bocanada de aire entre los brazos de mi novio. Él lo sacudió varias veces. Yo me fijé en ese General, ese tal Sean al que no tenía el placer de conocer todavía, él miraba a mi novio de una forma extraña. El ceño fruncido, como si desconfiase, como si no estuviera seguro de aquello. Claro, un Elda luchando por demostrar la inocencia de su raza. Me miró de golpe él a mí.

—Mi pierna... —masculló Frey en un sollozo.

—No pasa nada, no era salvable, amigo... Hallaremos una manera de que puedas seguir dando guerra, Edward tendrá algún modo —afirmó Eathan con una sonrisa hacia ese chico.

Yo aparté la mirada, consciente de que había una parte de arranque de ira en lo que yo había hecho. Habría podido probar de salvar esa extremidad antes de hacer algo tan radical, pero mi sensatez me había abandonado por completo.

Sean leyó mi mente, o mis gestos, y con un movimiento cordial, estudiado y sutil de su cuello me indicó que nos apartásemos de ellos.

—Eminencia... —empezó.

Luego sacudió su cabeza y me enfrento directamente. Tomó aire y se armó de valor, como si eso que fuera a decirme fuese un hecho muy importante. Yo me erguí. Desconfiaba de ese tipo, no lo había visto nunca, o al menos eso pensaba.

Su rostro era sumamente familiar. Yo sentía que algo suyo era... Su voz me sacó del trance en el que me había metido observándolo cuando se dejó de cordialidades y me espetó:

—Eirel, disculpa mi osadía, pero hay detractores de tu persona entre los mandos más altos de este país. —Ahogué media sonrisa y me cubrí el rostro con la mano. Él se sorprendió ante mis gestos distendidos.

—Dime algo que no sepa.

—Que tu padre lo sabía, y me pidió que te ayudase. —Casi me rompo el cuello al levantar la mirada.

—¿Mi padre?

—Ahora pareces sorprendida... —afirmó con media burla en su tono—. Cuando él propuso que volvieras a Eralgia muchos comandantes se mostraron escépticos. Yo era profesor en la Academia, conozco a muchos de los hombres que sirven a este país, y me dispuse a investigar sobre ello por orden de Robert.

—¿Y de qué me sirve ahora esto? Ya sé que quieren acabar conmigo, lo acabo de presenciar —gruñí señalando ese desastre con el mentón.

—No sé cuales son contrarios a ti. Ese no era mi trabajo.

Yo hice una mueca frustrada. Esperaba una lista de gente a la que aniquilar, una lista de culpables a los que condenar a muerte y terminar con aquello. Me empezaba a sonar a música celestial la palabra «tiranía». Sean levantó con orgullo el mentón barbudo que poseía, y marcó una sonrisa satisfecha cuando espetó:

—Tengo a todos los nobles, generales y soldados, nombre a nombre y bajo juramento escrito que van a luchar a tu lado si decides dar un golpe de estado hoy mismo.

Se me aflojaron las rodillas. Miré a ese hombre, a esos ojos de color manzana y vi en ellos la fe ciega hacia mí. Vi en ellos la forma de mirar que tenían algunos de sus hombres hacia mi padre, la misma mirada que Caín tenía... Tenía mi propio ejército.

—Mi padre...

—Tu padre me dijo que eras un Dragón, uno al que tenían atado con cadenas y que algún día, iba a querer liberarse de ellas, por la fuerza o por la política, así que... Me pidió que te buscase apoyos para hacerlo. He estado en ello durante este tiempo. Lamento informarte de que en este ataque han perecido muchos de los nuestros... —afirmó abatido—. Al parecer no soy el único que conoce de qué pie cojea cada persona de este país.

ERALGIA V, La RevueltaWhere stories live. Discover now