28. Hielo

115 15 8
                                    

Edward se acercó, sentándose junto a Yarel. En pocos minutos Frey, Robert y Damon se unieron a esa reunión. No debíamos seguir posponiendo lo inevitable, nos estallaría encima y estaríamos perdidos.

Un documento apareció ante mí. Lo acerqué y un escalofrío me recorrió la espalda.

—Es la sentencia de muerte que debes firmar, de Kayen. Una de las copias —aclaró Edward—. Una vez firmes esto, Kayen quedará a disposición de ser ejecutado. Solo faltará que Su Majestad firme la sentencia, cosa que no va a hacer.

—Voy a requerir una evaluación presencial de Kayen en su celda, pero lo encontrarán supuestamente muerto y Mörgän caerá de cabeza en la trampa —explicó el rey.

—¿Debemos esperar a que terminen los cinco días de rigor que pediste? —pregunté a Yarel.

—Técnicamente, tú no. No has pedido ninguna prorroga. Una vez entregues tú la sentencia yo debo firmar o pedir la evaluación de inmediato.

—Bien. Lo haremos mañana —sentencié—. Necesito una pluma.

El instrumento apareció ante mí, con su tintero. Una brisa morada lo acercó. Edward se tensó de golpe. Acuné con un brazo a Eloy y lo miré... Ese niño algún día sería rey de Eralgia, y no iba a dejarle un país monstruoso como legado, iba a dejar un país pacifico, inclusivo y hermoso para mis niños, para Anna como Guardián, para Nahir como Protector.

Cogí la pluma tras sacudir el exceso de tinta, y corrí la primera letra de mi firma. Lentamente, con caligrafía impoluta estampe mi nombre sobre el documento: Eirel Kashegarey. Un borrón de tinta azulosa que confirmaba al mundo que el Guardián de Escolapio acataba la ley y mandaba al patíbulo a uno de sus hombres por traición. La confirmación para el Consejo de Ancianos, y para los generales de que yo estaba de su parte, al menos, eso creerían.

Dejar mi nombre sobre ese papel era doloroso, porque aquellos que creían en mí, en mi faceta benevolente, libertadora, revolucionaria y amable, iban a darse de bruces contra una falsa verdad, que yo había seguido el instinto de Elda asesina de mis antecesores y condenaría a muerte un demonio que me había traicionado. Nada más lejos de la realidad...

Kayen viviría gracias a que yo sería el monstruo de ese cuento. La ciudad de Vilangiack ardería en llamas por culpa de aquellos que me cogerían como ejemplo de moralidad y defensora de las antiguas leyes, yo quedaba de conservadora con ese gesto, de cara a la galería.

Yarel, negándose a firmar quedaría como liberal, como el Rey de todos, fuera cual fuera su raza, y sería aceptado con total devoción por las Razas Ancestrales. Al menos por un tiempo yo sería la villana del libro, por un corto periodo de tiempo, iba a ser una víbora para mucha gente.

Ya cumplí ese papel una vez, fingiendo la muerte de los Brujos a mis manos, cuando en verdad los había liberado. Ya supe lo que se sentía al ver los ojos de la ciudadanía corriente posados sobre mi cuerpo como si vieran el peor de los engendros. Mientras yo supiera que eso no era cierto, no pasaría nada.

—¿Estás bien? —preguntó Líomar tendiéndome su mano. La acogí en la palma de la mía.

—Sí, todo está bien. Necesito que os encarguéis cada uno de lo vuestro. —Miré a Damon con altivez, él me respondió con esa misma mirada—. Avisa a Kayen, majestad. Hazlo bien, Damon, no la cagues.

—Creí que nuestro beso anoche habría limado asperezas entre nosotros, querida —lanzó eso con una mirada sobre Eathan.

Mi chico ahogó una sonrisa, acercó su pecho a la mesa, apoyando los codos. Ladeó el cuello, observando a Damon con satisfacción. Yo supe que iba a soltar la bestia, que cuando él no se contenía era capaz de cargarse el orgullo de un demonio de una estocada, entonces él simplemente le espetó:

ERALGIA V, La RevueltaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora