Prólogo

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¿Os han pedido alguna vez en el colegio que dibujéis a vuestra familia? La mayoría de niños dibujan una casa con el sol en una esquina, mascota si la tienen y los distintos miembros de la familia en el centro

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¿Os han pedido alguna vez en el colegio que dibujéis a vuestra familia? La mayoría de niños dibujan una casa con el sol en una esquina, mascota si la tienen y los distintos miembros de la familia en el centro.

Y luego está la mía.

Mi hermana dibujó una casa incendiada con unicornios cayendo del cielo, patitos de goma por todos lados, papá y Heather morreándose en una esquina, siete gatitos subiendo por las cortinas y todos los hermanos desperdigados por la escena pintando paredes, robando calcetines... vamos, haciendo aquello que no deberíamos hacer para ser considerados angelitos. A mí, por ejemplo, me dibujó con pasamontañas secuestrando a Aisa desde la ventana de mi habitación en el sótano

Debería aclarar que por el momento no hemos conseguido hacer llover unicornios... Por lo demás: bienvenidos a la casa de los locos.


3 semanas antes...

Todo empezó hace ya unos años... En una reunión de trabajo mi padre conoció a Heather. ¿Creéis que tener dos hermanos mayores medio trogloditas es una locura? Yo también lo creía, y entonces, y de un día para otro, pasé de tener dos hermanos a tener siete. Sí, habéis leído bien. S-i-e-t-e. Nosotros éramos tres hermanos, Heather tenía tres hijos, lo que ya sumaban seis, y por si no fuera poco se quedó embarazada y ¡sorpresa! por el precio de uno salieron dos. El mayor dos por uno de la historia.

El concepto familia numerosa ni aplicaba. Numerosa era cuando se tenían tres hijos, nosotros lo doblábamos, casi lo triplicábamos. Vamos, que en vez de familia numerosa se nos podía clasificar como casa de los locos, zoo o circo. O como habitantes de un país en guerra: nuestra casa. Juguetes volando, comida volando, gritos volando, peleas, discusiones, alianzas no tan secretas, desorden, caos... Vamos, la definición perfecta de un conflicto bélico entre los ocho convivientes de nuestra casa, los dos mayores habían tenido la suerte de ya haber conseguido huir.

El mayor de todos los hermanos era Wyatt, un cerebrito. Empezando la universidad a los dieciséis años contaba ya con una licenciatura en psicología, otra en matemáticas y una en física. Una mezcla un poco rara, pero las becas se lo permitían, así que Heather (su madre) y papá no se iban a quejar.

Lizbeth (o Lizi para acortar) había sido la segunda en dejar el nido. El anterior año había acabado la carrera de magisterio y ahora trabajaba en una escuela de Seattle, donde vivía con su novia. Aún no era capaz de entender como demonios después de quejarse mil veces de todos nosotros había decidido irse a trabajar rodeada de niños. Bueno, sí que lo entendía, echaba de menos nuestro maravilloso encanto psicótico.

En fin, si seguíamos cronológicamente entonces venían mis hermanos, los gemelos Ethan y Dale (los ya mencionados trogloditas). Habían decidido tomarse un año sabático tras acabar el instituto por lo que se habían ganado un ultimátum de parte de papá: o se buscaban un trabajo o se iban de patitas a la calle. Hacían toda la faena que nadie quería hacer del mecánico del barrio.

Ocho más unaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora