Lo prometido es deuda

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—Eres una basura. Es una lastima haberme dado cuenta muy tarde. ¿Cómo puedes chantajearme con nuestro propio hijo? Si pensabas que iba a caer en ese juego, estás muy equivocado. Si a la buena no me permitirás ver a mi hijo, entonces tocará a la mala. 

—Si no estás dispuesta a hacer sacrificios por él, entonces no lo mereces. 

—Eres el menos indicado para decir eso. Si hablamos de sacrificios, tú no has hecho ninguno por él, ni siquiera le permites ver a su madre, entonces tampoco lo mereces. No sé cuál sea tu propósito en que regrese a la casa contigo, tal vez piensas que vas a manipularme, chantajearme y tratarme como te dé la gana, porque no le veo otra razón. Dudo mucho que hagas esto de buena fe, cuando todo lo que quieres es ver mi cabeza donde mismo pisas. 

—En eso no te equivocas. Tarde o temprano te tocará dar tu brazo a torcer y vendrás a mí rogando. Ni siquiera ese abogaducho de quinta con el que te has estado revolcando podrá conceder eso que tanto deseas. Soy yo quien decido a quién quiero cerca de mi hijo y a quién no, por lo que ve resignándote a no verlo nunca. 

—Ya lo veremos. 

—Aquí tienes tu premio de consolación— sacó un pañuelo de su traje y me lo arrojó a la cara—. Te servirá para limpiarte las lágrimas que vas a derramar por el resto de tu vida. 

—Todas las lágrimas que he derramado, serán las mismas que vas a derramar tu cuando descubras mi inocencia. Vas a arrepentirte toda tu vida por haberme condenado al mismísimo infierno. ¿Sabes qué será lo mejor de todo? Que ese día te tocará lo mismo que recibí de ti; la espalda — lo dejé con la palabra en la boca, a decir verdad, no estaba dispuesta a dar mi brazo a torcer. 

Tal parece que creyó que iba a caer en ese chantaje, pero lamentablemente no iba a darle oportunidad de salirse con la suya. Lo que alguna vez haya sentido por ese hombre, hoy me queda claro que todos esos sentimientos murieron; él se encargó de matarlos. Recuperaré a mi hijo cueste lo que cueste. 

Regresé a la casa y vi el auto de Enzo estacionado al frente. Me pareció extraño que hubiera venido sin avisar. Aun así, por alguna razón, me sentí feliz y me apresuré a bajar. Entré a la casa, pero no se veía por la sala. Asumí que debía estar en la habitación. Caminando por el pasillo, me detuvo una risita de un bebé que provenía de la habitación de mi hijo. Me asomé por la ranura de la puerta, llegué a pensar que había enloquecido, que las ansias de tener a mi hijo conmigo me estaba provocando que escuchara cosas, pero no me equivoqué. Enzo tenía en sus brazos un hermoso bebé y mi corazón saltó un latido al verlo tan cariñoso y sonriente con él. Le hacía muecas y él dejaba escapar una tierna carcajada. 

—Enzo… — entré a la habitación tímidamente, sintiendo que todo mi rostro estaba ardiendo. 

—Qué bueno que llegaste. Te estuvimos esperando. Lo prometido es deuda. 

—¿Qué?

—Te prometí que te traería a tu bebé, ¿no es así? Aquí lo tienes. 

En La Guerra Y El Amor Todo Se Vale [✓]Where stories live. Discover now