Preludio

1.5K 148 4
                                    

Voz



Ikaris escuchó a Druig cantar la leyenda de Coatlicue, la gente lo contemplaba atentamente mientras los bailarines con sus hermosas plumas se detenían en cuclillas para apreciar una vez más la historia.

La hija que asesinaba a su madre por la deshonra de unas plumas al concebir al dios de la guerra: Huitzilopochtl, a su mención, los hombres miraban al cielo con regocijo y elevaban las manos para atraer los buenos augurios de su divinidad, porque el dios defendió a su madre de Coyolxauhqui, su hermana.


La voz de Druig siempre fue un canto irritante para Ikaris, un chillido molesto que proliferaba su mal humor durante sus riñas verbales deseando callarlo de un puñetazo o enviarlo lejos y abandonarlo en un lugar donde nadie pudiese escucharlo pero cuando recitaba las historia de la cosmogonía de estos hombres sobre la crueldad o la furia de sus seres divinos, lo hacía de una forma semejante a los aedos de la antigua Grecia que despertaba una melancolía tan dócil que nadie se atrevía a silenciarlo.

Se detenía sumergiéndose en el tono, la suavidad con la que su voz grave pronunciaba cada vocal, embelesaba al pueblo y los eternos cerraban los ojos disfrutando las palabras, deleitándose con escenarios imaginarios que ni Sprite con sus dones podría trazar.

Druig era odioso creyendo tener la razón en cualquier discusión pero fluctuando entre su propia interpretación lucía tan distinto, tan tranquilo. Se convertía en melodía pura, la sinfonía de flautas y otros instrumentos se opacaban bajo la tiranía de una voz hermosa.

Luego el confort se rompía, la canción finalizaba con una nota suave y Druig abría los ojos bañados del dorado que lo distinguía entre los demás. Segundos después la gente creía haber sacrificado a una joven y colgado su cabeza sangrante en la empalizada del gran templo. Ikaris se enfurecía como siempre lo hacía cuando Druig se tomaba aquellas licencias. 

Ellos no debían intervenir en asuntos humanos.

—No eres su dios —gritaba furioso, Druig nunca se volvía para responder, porque tenía tantas cosas hermosas que lo rodeaban como para fijarse en un alfa histérico.

—Tú tampoco lo eres. No me estorbes.

Así iniciaban sus peleas, ni Ajak, ni los demás pretendían evitarlas. Con el tiempo fue más fácil adaptarse a ellas que tratar de calmarlas.

Ikaris resoplaba queriendo golpear a Druig, él ofrecía las mejillas retándolo para que lo hiciera, con la advertencia que tras el impacto respondería. Ikaris prefería contenerse, apretar los puños y deleitarse con sus cantos, si debiera reconocer una cosa buena de Druig sería su voz, espeluznantemente atractiva si te distraías lo suficiente para adorarla pero de ahí a más, Ikaris jamás podría decir que un omega como Druig le atraería sentimentalmente, incluso si fuese el omega más hermoso del cosmos o el único.

Pensaba en Druig y en los cambios que debía hacer en su actitud. En Olimpia la taza de alfas emparejados con otros alfas iba en aumento, se controlaba a la población de esa manera y los omegas no eran abundantes gracias a su aroma susceptible a los Desviantes alfas.

En fin...  faltaban años para que el surgimiento destrozara la tierra dando paso a un nuevo celestial. Sin embargo en 6000 años Druig había sido el mismo y un cambio estaba descartado.

Druig se levantó, sonriendo al público, las manos lo alcanzaron para adorarlo. Ikaris siguió sus movimientos, las llamas de la fogata ensombrecían su cuerpo.

En un momento se encontraron. Dorado y rojo. 
Desaprobación y altanería.

¿Cómo habían sobrevivido al otro por tanto tiempo?

Eso fue en el año 1500, veintiún años antes de la caída de la ciudad.

¡Cuánto me Atraes! | Druig/Ikaris |OmegacemberDonde viven las historias. Descúbrelo ahora