Capítulo 18

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Supresor

Ikaris y Druig hablan


Druig se encontraba recargado contra un ahuejote en el borde de una chinampa en el lago de Xochimilco. Ikaris escondía su cara entre el cuello del omega aspirando el aroma que emanaba para tranquilizarlo, en realidad, estaba comenzado a desearlo en libido, porque su celo bordeada las puertas de salida y en tan mal estado se había hallado los últimos días que no tuvo tiempo de revisar su calendario para prepararse. Sin embargo, la sensación cálida y dulce de las manos de Druig en su cabello sosegaban esa incipiente tempestad. Su peso recaía sobre Druig, por nada del mundo deseaba soltarlo, temía que se desvaneciera entres su dedos como la neblina o que otro pusiera sus manos sobre él.

Ya recordaba a plenitud la tarde en Babilonia cuando lo rechazó, dolió tanto que tembló aferrándose al omega. Ni siquiera creía necesitar explicación del por qué Druig había alterado sus recuerdos, e incluso así, su boca no cooperó, arrojó la pregunta secamente porque su parte alfa estana enojado consigo mismo por haberle rechazado y quería hacerlo sufrir.

Druig se tomó su tiempo para responder, miraba la luna en lo alto del cielo, acompañado de estrellas silenciosas. El toque de queda en la ciudad había sonado hace mucho y sólo los valientes amantes salían en aquellas horas a encontrarse con sus amados o morir a manos  de Yohualtepuztli* a mitad del camino. O eso creían fervientemente los Mexicas.

—Quise revertirlo cuando me pasó el enojo —respondió Druig como si estuviera contando una historia cualquiera, un desayuno o un almuerzo. Ikaris lo abrazó más fuerte —. Dos días después le confesaste a Sersi que la amabas. Entré a tu mente para removerlo y lo vi todo.

El alfa golpeó internamente a Ikaris, son ese tipo de golpes que el instinto hace dolorosamente como apretar el ombligo hasta perforarlo. Quizá Druig sintió algo similar al ver esa escena donde yació con  Sersi entre la arena, las montañas de piedra y la noche brillosa.

—No quise arruinar la felicidad de ambos cuando anunciaron su relación, más que sentirme humillado, pude hacer que me amaras pero me resistí y esos pensamientos fueron los que me hicieron sentir pisoteado. Yo un omega de la mejor casta de Olimpia repercutiendo en un alfa para ser amado. Patético.

Ikaris se separó, tomando el mentón de Druig  entre sus manos. El omega le dedicó una mirada inescrutable, ocultando cada rastro de emoción, odio u enojo que pudiera existir.

—Druig…

—Nada dolió más que el día que te casaste. Alteré cierta parte de mis recuerdos por un tiempo limitado. Por dentro pudiste verme feliz disfrutando de una fruta de la temporada frente a ustedes mientras la parte profunda en mí esperaba no verlos nunca.

Ikaris rompió en llanto porque Druig lo había dicho como alguien que después de siglos de haber sufrido aquello ya no sentía ni el más mínimo daño, mas el alfa creyó albergar ese dolor en un solo momento y fue tan desgarrador y se odio, repudiando cada célula de su ser. Comprendía porque Druig no  creía su amor, ¿por qué habría de hacerlo si tanto daño le infringió amando a otra?

—Está bien —comentó Druig pasando los dedos por el pecho del eterno —. Aprendí a vivir con ello.

—No lo está —susurró Ikaris, el peso de su culpa hubiese desfondado la chinampa entera —. Perdóname, por favor perdóname, perdóname.

¡Cuánto me Atraes! | Druig/Ikaris |OmegacemberWhere stories live. Discover now