Capítulo 3

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Cuello

Los eternos tienen una reunión.




Ajak los observó severamente, su boca formaba un ángulo de disgusto no propio de ella. Caminó alrededor de la estancia escrutando los rostros de cada uno de sus compañeros, tratando de hallar una pista de culpabilidad. Les había convocado en el templo mayor, hacia el santurario del dios de la guerra, para hablar sobre un asunto urgente. Clasificándolo de esa manera todos habían llegado en un santiamén sin chistar, pues Arishen, anteriormente profesó la llegada de los hombres que navegaban en montañas movedizas provenientes del otro lado del mundo. No obstante, al llegar allí, el temor se disipó. Se percataron que no sería el caso. Druig no se hallaba. No entendieron la falta de presencia del omega, si se trataba de lo que temían, le concernía a todos saberlo, sin excepción. Más a Druig, quien amaba inmensamente a esa gente.

La alfa colocó las manos sobre el monumento de piedra, resoplando de  frustración. Se dio por vencida, masajeando sus cejas.

—Druig se cubrió el cuello.

La sala se sumió en un mortal silencio. La fruta que Kingo comía se le resbaló de las manos, manchando el piso sagrado, Sersi, Phastos y Gilgamesh abrieron los ojos y enseñaron los dientes en un gesto sorprendido. Thena le dijo a Makkari la situación usando las señas y Sprite estaba tan quieta como si hubiese visto un fantasma. Ikaris, en cambió, se quedó petrificado en su lugar. Ninguno se atrevió a decir nada por un largo momento, sabían lo que significaba que un omega se cubriera el cuello: protección contra la mordida de un alfa.

Durante años, siglos, milenios... Druig, único omega eterno de la tierra, jamás se había cubierto el cuello. Nunca, ni siquiera en su celo lo había hecho y claramente hacerlo de un día para otro significaba un tabú enorme entre la familia. Tenía sentido que su líder los mirara como su hubiesen cometido un crimen.

Los humanos eran humanos, se clasificaban por jerarquías sociales y políticas, no por castas biológicas. No alfas, betas ni omegas. Simplemente eran humanos y ya. Ninguno habría podido morder a Druig, incluso si lo hubiese intentado, lo cual era improbable puesto que los hombres y mujeres mexicas veían a Druig como la reencarnación de un dios y no cualquier dios, sino el de su sabiduría y parte de su creación: la gran serpiente emplumada. Para el pueblo nadie merecía tocarlo, siquiera mirarlo o respirar su mismo aire, todos eran indignos incluso el tlatoani*. Solían llenarle de ofrendas, regalos y rezos. El omega era el favorito de los habitantes, debido a su imponente porte y belleza. Si un osado y aventurero guerrero o un arrogante noble le hubiese hincado los dientes, Druig se lo hubiese quitado de encima sin problema y la marca desaparecería al cabo de un instante.

Eso quería decir que uno de los alfas allí presentes intentó tocar al omega y éste se había rehusado. Ikaris sabía que era culpa suya, dos días atrás, en el juego de pelota, Druig se había sentado frente a él observando el partido. Mientras los jugadores intentaban pasar la pelota por el aro, el alfa se concentró enteramente en contemplar la piel de su cuello y sin querer dejó fluir su propio aroma, por instinto involuntario. Druig se dio cuenta de las feromonas con olor chocolate en el aire. Enojado, manipuló a uno de los jugadores para que arrojará directamente la pelota de caucho en la cabeza caliente de Ikaris.

Era responsable.

—¿Alguien tiene algo que decir? —dijo Ajak rompiendo la estupefacción del momento.

—A mí ni me vean —habló Sprite —.  Mi cuerpo no siente deseo sexual.

—Druig es agradable cuando quiere. Pero definitivamente no es mi tipo —comentó Phastos encogiéndose de hombros —. Además es escalofriante pensar en él de esa forma... romántica.

¡Cuánto me Atraes! | Druig/Ikaris |OmegacemberDonde viven las historias. Descúbrelo ahora