16 | Diamantes en bruto

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16 | DIAMANTES EN BRUTO

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16 | DIAMANTES EN BRUTO

—«Adiós», dijo el zorro. «Aquí está mi secreto. Es muy simple: solo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos». —Leyó Teodora sujetando «El Principito» entre sus manos.

En plena luz del mediodía y en mitad de la plaza, todos los niños y niñas del poblado se mantenían sentados, atentos y en silencio, alrededor de la guardiana. Todo el mundo, incluida la gran mayoría de los habitantes, escuchaban la narración de la humana y observaban los rostros de admiración de los más pequeños. ¿Una humana leyendo un cuento del mundo humano a los más pequeños? ¿Quién iba a perderse algo así?

Teodora alzaba de vez en cuando la vista mientras leía para observar los rostros de los infantes y sus pequeñas orejitas de elfo. Sin poder evitarlo, la guardiana seguía fascinándose con aquella característica propia de algunos habitantes de Dôr o Gwaith. Para aquel acontecimiento, había escogido la lectura de una pieza única que maravillaba a todos los niños y niñas humanos de su mundo: El Principito, pues poseía elementos mágicos que los pequeños elfos podrían comprender.

—¿Y qué pasó con la rosa del principito, Teo? —preguntó una de las niñas con tono infantil.

—Pues el principito recordó las palabras del zorro y supo que él era responsable de su rosa, porque la había domesticado y tenía que afrontarla.

—¿Y todos los humanos de tu mundo leen El Principito? —preguntó otro de los infantes. Teo sonrió, dejándose llevar por la belleza de aquella inocencia.

—Muchos lo han leído, pero no todos. Y es por eso por lo que algunos humanos se olvidan de la verdad que le dijo el zorro al principito —explicaba mientras todos se mantenían atentos a sus palabras—. Pero por eso estamos aquí los guardianes, para recordar que lo esencial, como la Madre Tierra, está ahí y no podemos olvidarla. Debemos cuidarla.

Y aunque un acontecimiento como aquel era inolvidable para el pueblo de Lejre, no todos los asistentes simpatizaban con aquella idea.

—Bueno, ¡ya basta! —exclamó de repente uno de los habitantes, sorprendiendo a todos los presentes. Teodora alzó la mirada y observó a uno de los elfos adultos acercarse con decisión hacia el círculo que habían formado los infantes alrededor de la guardiana. El susodicho irrumpió la reunión agarrando a una de las niñas por el brazo.

En su rostro se mostraba el enfado.

—¡Papá, no! —exclamó la niña, siendo arrastrada por este.

De pronto, otros padres agarraron a sus hijos para llevárselos. Un estruendo de gritos infantiles y caras de horror invadió el ambiente. De un segundo a otro se había alzado un revuelo que mantuvo a Teodora desconcertada. La guardiana se apresuró a levantarse, mirando de un lado hacia otro y viendo cómo los pequeños eran arrastrados contra su voluntad por sus propios progenitores.

CRÓNICAS DE LA MADRE TIERRA I: Los mundos de TeodoraWhere stories live. Discover now