4. Bambi

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La inquietud de Harry por la sexualidad nació la primera vez que vio porno en internet, en una página con cantidad de ventanas sugestivas y emergentes en la pantalla. Sólo tenía doce años y fue consciente de que durante todo el vídeo sus ojos estuvieron en el actor principal y no en la actriz de generosas proporciones. Fue Nico el que le clarificó que aquello era normal, y tras ello fue capaz de hacer el primer comentario sobre un chico de la televisión.

Comprobó aquella normalidad más tarde y en primera persona gracias a la colección deluxe de porno gay, que Nico le regaló, y los muchos pañuelos usados en su papelera. Desde entonces, llevaba prácticamente la mitad de su vida teniendo orgasmos en la soledad de su habitación y no se imaginaba, ni mucho menos planeaba, que sus experiencias sexuales fueran a darse de otro modo.

Hasta que hizo aquel maldito viaje a Las Vegas.

Harry cerró los ojos, intentando recordar la noche anterior sin mucho éxito. Recordaba desear a Louis, eso sí. Por ello, la cabeza le daba aún más vueltas y sentía un nudo en la boca del estómago. Cuando volvía a mirarse la mano izquierda, una familiar sensación que usualmente solía terminar en un ataque de ansiedad, le hacía asfixiarse ligeramente.

De todas las locuras que podía haber cometido, contraer matrimonio ni siquiera estaba en su lista. Vestía ropas ajenas, en una cama ajena y al lado del hombre al que había dado su primer beso, que le había robado el aliento y que era, por su ebria voluntad, su marido.

O algo así.

Estaba jodido.

—¿Bambi? —Harry negó al oírlo. Su garganta definitivamente se cerró. La sentía rasposa y sus rodillas dolían, al igual que su cabeza—. ¿Recuerdas algo?

Por supuesto que recordaba algo; a su sentido común haciendo las maletas y largándose de vacaciones.

Boqueó.

Que fuera consciente de que la ansiedad lo atacaba, no quería decir que pudiera controlarla al cien por cien. Intentó inhalar y exhalar tranquilo mientras intentaba no centrarse en la taquicardia.

De reojo, encontró una botella de agua en la mesita de noche de su lado y la tomó para bebérsela prácticamente de un trago.

Louis lo observaba en silencio, como si supiera que lo mejor que podía aportarle era su aparente tranquilidad y sosiego.

Pasaron largos minutos antes de que se oyera algo más en aquella habitación.

—Recuerdo. O sea, sí, pero... No mucho —arrancó Harry por fin. Se frotó los ojos y miró a Louis, quien sonreía apacible y sin un atisbo de arrepentimiento—. ¿D-de verdad nos casamos?

—Sí. Debo admitir que me sorprendió tu propuesta. —Harry ya sentía los latidos del pecho en la garganta. También un ligero asfixie—. Pero fue lindo verte borracho y exigiéndome matrimonio porque me había llevado tu primer beso...

Harry miró una vez más el anillo en su dedo sin saber realmente qué hacer; qué decir. El «sí, acepto» estaba aún fresco en su memoria y lo podía hasta saborear en la boca.

El escenario que recordaba en su cabeza era como el de una película. Un altar con flores de plástico, unas cortinas beige en un ambiente oscuro y decorado con algunas luces de neón. Creía recordar a un señor con un sombrero blanco, más flores de plástico y muchas voces, mucho ruido...

Era una imagen estrambótica.

Sintiéndose repentinamente sofocado y abochornado, Harry se removió en la cama, con la intención de salir de ella hasta que un jalón en su brazo lo hizo caer de espaldas, quedando con el rostro de Louis a una corta y muy íntima distancia. Las manos del hombre lo apresaron, colocándose a los costados de su cuello.

As de picasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora