7. Cuatrocientos cincuenta mil dólares

634 90 48
                                    

Louis se sacudió cuando la enfermera le preguntó si él también necesitaba ser atendido. Negó con la cabeza, alejándose y llevándose una mano a la frente porque también le habían dicho que no podía pasar de aquella zona de urgencias. La enfermera le volvió a hablar, pero él no oía. Acababa de ver cómo la camilla en la que se encontraba Harry era empujada por los paramédicos. No se separó de él en ningún momento, apuró a los médicos y no dejó que siquiera le preguntaran cómo estaba él, pues su pómulo izquierdo lucía considerablemente rojo e hinchado y era prácticamente incapaz de mover uno de sus brazos debido a un hombro excesivamente rígido.

La enfermera se retiró sin insistir cuando Louis se apoyó en la pared y comenzó a caminar por el pasillo, dándole la espalda a las puertas de urgencia a las que no podía acceder. Ni veinticuatro horas, eso fue lo único en lo que pensó. No habían pasado ni veinticuatro horas desde la última vez que estuvo allí, cuando Harry había entrado por la misma puerta, consciente y en una silla de ruedas mientras lidiaba con su aparatosa hemorragia. Pálido, pero con una leve sonrisa mientras le decía que no se preocupara. En aquel momento entró inconsciente, mal herido... Corría peligro.

Ni siquiera llegó a la sala de espera. Bajo un extintor de incendios y cerca de unas sillas que ignoró, se dejó caer al suelo, agotado y con las sienes palpitando. Cerró los ojos con fuerza cuando quiso gritar y a la misma vez algo le apretó la garganta. Su propia impotencia arremetía contra él.

No era justo, no se lo creía... No se creía que aquello estuviera pasando, no se creía que el Mexicano hubiera aparecido de nuevo en su vida. ¿Cuándo fue la última vez que tuvo que lidiar con deudas que aquel hombre acrecentaba sin razón? Hacía seis meses. Ciro siempre exigía con creces sus intereses en las apuestas amañadas. Si se lo proponían podían llegar a ser un buen equipo, sabían engañar, pero una manada de lobos no podía ser liderada por dos machos alfas. Quizás el Mexicano tuvo demasiada paciencia con él dejando correr los meses en los que los intereses de su deuda incrementaron.

Cuatrocientos cincuenta mil dólares. No sabía de dónde iba a sacar ese dinero. En sus cuentas tendría disponible la mitad, a lo sumo un poco más... Tenía poco tiempo para conseguir el resto en las apuestas.

Tironeó de sus cabellos, golpeando su cabeza con la pared mientras maldecía, la rabia lo consumía y su juicio no le dejaba pensar con claridad. Lo redujeron, humillaron, pegaron y tiraron al suelo como a un juguete roto. Lo hicieron con su cuerpo y con su moral. Y también con el de su frágil cervatillo. Louis sintió cada golpe y forcejeó al presenciar cómo los sufría Harry. Era surrealista como un día antes le había jurado magia, protección y besos.

Louis había planeado pedir comida, música suave y caricias. Planeó más roces, más besos y suspiros. Planeó sin saber que iba a caer en su propio infierno.

Pasaron cerca de cinco horas.

Su garganta estaba seca porque era incapaz de ingerir algo, siquiera agua. Su frente estaba perlada de sudor ya que su cuerpo comenzaba a sentir el dolor de los golpes. Algo en su hombro palpitaba, su mirada a veces vagaba y se tambaleaba mientras se ubicaba en uno de los asientos de la sala de espera. Ya no estaba en el pasillo porque la mirada inquisitiva de Nico lo hizo levantarse. Tras estar cerca de una hora tirado allí lo llamó. Le dolió el pecho cuando lo hizo. El chico se había quedado sin voz a través de la línea cuando le contó que volvían a estar en el hospital. Cuando Nico llegó, su mirada le demostró todo el rencor que le procesaba. Ni siquiera pudo pasar demasiado tiempo en el mismo espacio que él mientras sus puños se abrían y cerraban por la tensión. Nico le exigía respuestas a una pobre auxiliar del puesto de información, que por tercera vez le repetía que debían esperar a que el médico saliera.

Louis sentía su visión borrosa y se apretó el puente de la nariz con dos dedos. Sólo abrió los ojos cuando notó que Nico se sentaba a su lado.

—¿Cuánta sangre ha perdido?

As de picasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora