8. El Trébol

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La música retumbaba en sus oídos. El color cambiante de violetas a rojos procedente de las luces de neón le hacía cerrar los ojos mientras esquivaba a la gente a medida que avanzaba. El dolor de cabeza le era insoportable, sobre todo si lo tenía que combinar con aquella música estridente que dedujo que sería pop internacional. Cuerpos medios desnudos se contoneaban sobre tarimas rodeadas de manos alzadas que ofrecían billetes a cambio de más deleite.

Cruzó toda la pista, pasando de largo por los reservados y dirigiéndose hacia unas escaleras custodiadas por un hombre negro, ancho e imponente.

—No puedes pasar —gruñó el hombre con voz grave haciendo un ademán con la mano. Louis ni siquiera disimuló su disposición cuando se plantó ante él.

—Zayn —resolvió alzando el mentón—. Vengo a ver a Zayn.

El hombre, que rozaría los dos metros, miró de arriba a abajo a Louis antes de ojear al frente y a su alrededor. Estiró las mangas de su enorme americana negra y con un movimiento de cabeza dio su autorización, apartándose apenas de la subida de las escaleras.

Louis no le devolvió la mirada, tomó aire y subió los escalones de dos en dos.

La música cada vez era más lejana y el ambiente al que ingresaba, por el contrario, más lúgubre. Recorrió con cautela el pequeño pasillo al que daba los escalones, con dos puertas a la derecha y una al fondo. Si estaba ahí, si aquel hombre enorme lo había dejado pasar, era porque tenía total conciencia de a dónde se dirigía.

No era la primera vez.

Oyó las risotadas en el cuarto del fondo, más estridentes que las que salían del resto de puertas. Rápidamente notó la densidad del ambiente.

Humo, drogas... Era otro tipo de negocios.

Dio los pasos necesarios hasta plantarse en la puerta doble del fondo. Sabía el procedimiento. Dio dos golpes y abrió.

El humo casi escapó de aquella sala que apenas había cambiado con respecto a cómo la recordaba. Dos enormes sofás de cuero granate de frente a la puerta mientras a la izquierda aguardaba la barra de un bar. La mesa de billar en su sitio, al igual que el imponente escritorio de la derecha que, como era habitual, estaba vacío. Los negocios allí se solían cerrar escarranchados, con un cigarro y un apretón de manos.

Una música suave inundaba la sala llena de individuos bebiendo de sus copas, ajenos a su presencia, carcajeándose, fumando y bailando. Había chicas de compañía, Louis las sabía diferenciar, que se concentraban alrededor de los sofás, frente a tres hombres recostados en el mueble mientras sus cigarros se consumían en sus dedos porque la atención no se centraba precisamente en ellos.

Louis volvió a coger aire y se adentró cuando la puerta se cerró tras él. Así eran todos esos sitios. Entrar era rápido y fácil mientras que salir era otra historia.

Así era su ambiente. Esa era su especialidad.

Ese era su lugar.

Divisó demasiado rápido a su objetivo. Quizás en otra situación se hubiera reído al encontrarlo como de costumbre; tirado, fumando y rodeado de mujeres que se dejaban manosear a cambio de dinero.

—Zayn —lo llamó cuando esquivó el roce de una de las chicas, haciéndole un gesto para que desviara su atención de él.

El aludido apartó sus manos de las caderas de una rubia despampanante y alzó el rostro.

—Coño... ¡Louis! —Lo miró de arriba a abajo antes de descubrir que su cigarro ya se había apagado cuando pretendió darle una calada—. ¡Cuánto tiempo!

As de picasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora