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Don, regalo, talento, gracia

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Don, regalo, talento, gracia...

Esa es la lista de sinónimos para una palabra que me ha perseguido desde que tengo uso de memoria.

«Sofía, tienes un don y no debes desperdiciarlo».

Si el susodicho don es un presente o una gracia que se me ha concedido, vaya a saber por qué o para qué, ¿acaso tengo la obligación de no desperdiciarlo? ¿Por qué es que estoy obligada a hacer algo con él? Este es el planteamiento que le he hecho a mi abuela toda mi vida.

«Porque los dones son regalos del cielo que tienen un propósito, tú no tienes que preguntarte por qué o para qué lo tienes, sino qué es lo mejor que puedes hacer con él. Un don como el tuyo no solo te ayuda a ser mejor persona, sino que también te permite ver el mundo desde otra perspectiva y ayudar... Ayudar es siempre bueno, Sofy, siempre...».

Y esa ha sido su respuesta cuando tenía doce años, cuando tenía catorce, cuando tenía dieciséis y hasta hace solo unas semanas, que cumplí los diecinueve. Con una paciencia inagotable, mi abuela me ha pedido hasta en su lecho de muerte, que no renegara de mi don y que aprendiera a usarlo.

—¿La puedes ver? —pregunta mamá que logra apartarse un poco de las personas que vienen a saludarla y a darle los pésame.

—Mamá, ya te dije que no funciona así, no puedo ver a toda la gente que muere, solo a los que desean ser vistos y se me muestran —susurro.

—Si la ves avísame...

—¿Para qué? ¿Acaso no arreglaste todos tus asuntos con ella antes de que muriera? —inquiero a sabiendas que mi abuela pudo despedirse de cada uno de nosotros.

—Sí, solo quiero asegurarme de que está bien...

—Estará bien —susurro y suspiro.

Mamá asiente y se distrae porque mi tío la llama para hablarle de algo. Yo salgo al jardín y voy hasta la vieja hamaca de hierro negro que descansa bajo la enredadera donde mi abuela cultivaba uvas.

Me siento y cierro los ojos, sé que los entierros y los velatorios son momentos en los cuales los espíritus tienden a aparecer en busca de la ayuda que pueden proveerle los médiums. No tengo ganas de ver ni sentir a ninguno, es extenuante luchar con esto siempre.

Suspiro y recuerdo a mi abuela, ella sí que amaba su don, era feliz ayudando a las personas a comunicarse con sus seres queridos, a cerrar ciclos, a decirse cosas que no se habían dicho, a cumplir con el propósito que cada uno tiene en el mundo.

Siempre me he preguntado por qué yo... Nadie más en mi familia ha heredado el don, ni mi madre ni ninguno de sus hermanos, ni siquiera mis dos hermanas o alguno de mis primos, solo yo...

«Sofy, eres especial... Todos nacemos con este don, pero es necesario una gran sensibilidad para hacerlo crecer, y luego hay que aprender a manejarlo...».

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