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Tan solo una mirada basto para conectarlos, para volverlos uno solo.

Por ahí dicen que el primer beso lo dan los ojos.
Que los ojos son la ventana al alma y a los sentimientos.
Que los ojos son la única forma de revelar una verdad.

Rindou Haitani, un joven de ojos violetas, poso su mirada sobre los ojos celeste cielo de Haruchiyo Akashi, mejor conocido como Sanzu Haruchiyo. Sus miradas se volvieron una sola, y con eso, su corazón se volvió uno solo. Desde que se conocieron, hasta que alguno dejara este mundo.

Un niño portadora de ojos violetas y lentes redondos caminaba por un pequeño parque tarareando aburrido

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Un niño portadora de ojos violetas y lentes redondos caminaba por un pequeño parque tarareando aburrido.

— Que aburrimiento — musitó el joven de cabellos celestes -evidentemente teñidos- soltando un suspiro bajo y acomodando sus lentes que se deslizaban por el puente de su nariz.

Siguió avanzando pateando una pequeña piedra hasta sentarse en una banca y suspirar pesadamente. Su hermano se encontraba en una reunión con amigos por lo que se había visto claramente obligado a acompañarlo ante la insistencia del mayor. Tras 20 largos minutos de aburrimiento tres jóvenes de aproximado su misma edad se acercaron a él con intriga en su mirar.

- ¡Hola Rindou! - exclamo uno de los chicos - Soy Manjiro ¿Me recuerdas? El es Baji Keisuke y el Akashi Haruchiyo.

- Por supuesto que te recuerdo... Si eres el hermano menor de uno de los amigos de mi hermano... Y hola a ustedes dos. - levantándose hizo una pequeña reverencia hacia los otros dos jóvenes presentes. Aunque la voz del de lentes sonaba anodina y apagada se encontraba algo alegre de ver a varios chicos frente a él con los que tal vez podría divertirse un rato.

Al levantar la mirada el Haitani choco su vista con los tres chicos uno por uno. Sano Manjiro, un joven de cabellos rubios cortos, ojos de un azabache oscuro y de mirada profunda. Baji Keisuke, de cabellos cortos y oscuros, ojos avellana y sonrisa brillante. Y finalmente Haruchiyo Akashi, cabellos cortos de un color rubio platinado, ojos tan azules como un cielo despejado, pestañas blanquecinas y largas, con dos parches a cada lado de su boca, sobre la comisura de sus labios.

Ambos cruzaron miradas, ambos se perdieron en los ojos del otro por un breve segundo. Haruchiyo contemplaba los ojos violáceo de Rindou, su cabello recogido en un sutil moño dejando ver el rapado a los lados, su lentes redondos que aportaban brillo a sus ojos. Ambos conectaron con esa mirada, solo que ninguno de los dos se había dado cuenta en ese momento.

Tras varios segundos ambos reaccionaron, para Rindou volver a su lugar y ser inmediatamente levantado por Sano Manjiro, quien le sonrió de manera juguetona y lo jaloneo levemente para luego hablar.

- Vamos, Shin me dijo que te vio salir de casa aburrido de esperar a tu hermano, así que ven y juega con nosotros, será divertido. Lo prometo - exclamo el rubio con una voz cantarina y emocionada.

- Solo un rato... No me gusta mucho sudarme - ciertamente estaba emocionado, sin embargo, no pensaba sudarse solo por correr de un lado al otro, mucho menos a esas horas de la tarde con el sol de medio día.

Así los cuatro pasaron la tarde entre risas que provenían más que nada del rubio y el pelinegro. Al marcar las 16 con 23 minutos al teléfono de Rindou llegó una notificación de su hermano que ya era hora de irse.

- Debo volver, ya mi hermano termino así que ya nos vamos - hablo el chico acomodando sus lentes por el puente de la nariz captando la atención de los otros tres quienes jugaban en el pasamanos.

- Bien, entonces vamos, total vas a mi casa, y ya es hora de la merienda - dijo sonriendo el rubio soltándose del pasamanos para acercarse a Rindou y darle una palmada algo fuerte en la espalda. - ¡Andando!

Los cuatro caminaron hasta la casa del Sano entre risas y leves empujones, nuevamente de parte del rubio y el pelinegro mientras los otros dos le seguían de atrás en total silencio, un gran contraste sin duda.

Al llegar a la casa de los Sano el Haitani menor se acercó a su hermano mayor tomándolo por sorpresa al abrazarlo por la espalda de forma fuerte, vamos, el Haitani podía ser grosero pero si se trataba de su hermano era una pequeña nube de cariño. Tras eso y despedirse se retiraron a su hogar caminando y charlando como lo hacían siempre.

- Así que... ¿Ya hiciste amigos? - hablo Ran con una sonrisa, pues su hermano era muy poco sociable y si al caso hablaba con los amigos del mayor.

- Eso creo, no se, solo estuvimos juntos un rato, eso es todo... Además, no podría considerarme amigo de Manjiro... Él, asusta un poco. - Suspiro pesadamente, era cierto que el rubio no tenía muy buenas vibras, pero él no era exactamente quien debía juzgar eso, pues solo lo conocía por cruzar un par de palabras antes de ese día.

- Vamos Rin, eres un nene, estás en edad de hacer amigos, no puedes estar solo toda tu vida. Es parte de la vida hacer amigos y meterse en líos con ellos. - sus labios se curvaron en una sonrisa recordando esos tiempos en los que con solo 12 años salía con sus amigos a tocar timbres en las casas, escaparse de las clases una vez a la semana para ver jugar juegos de mesa o ver películas con sus amigos, incluso besar con la mirada a uno de ellos antes de siquiera entender sus sentimientos.

Rindou sonrió un poco, sabía que su hermano quería que se diviertiera más a menudo de lo que, según el de anteojos, ya lo hacía cuando estaba en su casa leyendo cómics o viendo alguna comedia con su hermano.

- No estoy solo, te tengo a ti, eso me basta para divertirme, y también tengo mi colección de cómics. - hablo sacándole la lengua a su hermano mientras entraba al metro para tomar el metro a su hogar en Roppongi Hill's.

- No seas idiota, ya se que me tienes, pero yo soy tu hermano, necesitas un amigo, y tal vez hasta un novio. - hablo el mayor con seguridad sabiendo que a si hermanito le atraían los chicos aunque lo negara ante los demás por miedo de un rechazo.

00:15

Se encontraba en su cama, girando de un lado a otro, su insomnio era impresionante, no, eso no era insomnio y lo sabía. Desde que se acostó no pudo evitar pensar en aquel pelirubio platinado, en sus ojos de un celeste tan vivaz pero con una mirada tan apagada, de aquellas pestañas tan llamativas, todo sobre él habitaba en su cabeza. Lo que no sabía el de lentes era que el ojiazul estaba en las mismas, harto de cerrar los ojos y ver esos ojos violáceos aparecer en su cabeza.

Ciertamente esa mirada los hizo uno.

Miradas |Rinzu|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora