Capítulo VII

489 49 16
                                    

    —Tus dedos son morados y muy largos. Las garras me dan un poco de miedo, no combinan con tu físico —confesó Gregory.

    Hacía horas que ambos deberíamos estar durmiendo, pero no era así. Se levantó alrededor de tres veces por la madrugada, decía que no podía conciliar el sueño y que las pesadillas no paraban de atormentarlo.
Dejé que solo por esta noche se mantuviera despierto hasta que se sintiera dispuesto a volver a dormir. Sin embargo, una conversación inició y dio como resultado esta peculiar escena.

    Gregory sujetaba firmemente mi dedo anular, su mano muy apenas lo cubría y la garra sobresalía descaradamente del pequeño puño.

    —Te recuerdo que tú fuiste el que me puso estas manos —dije.

    Él pareció acordarse de aquel suceso, de golpe, sus mejilla se sonrojaron y soltó una risa nerviosa.

    —Oh, no me lo recuerdes... —se encogió de hombros y, con mucha pena, esconde su rostro en mi pecho—. Mejor cambiemos de tema —murmura.

    —¿De qué te gustaría hablar entonces?

    —Mmm... —soltó mi garra—. Estaba pensando en las cosas que haré cuando mi pie esté curado. No he hecho nada por esta casa y no quiero ser un simple holgazán.

    —Pero no eres un holgazán, Gregory, estás lastimado.

    —Sí, lo sé —sus manos buscaron la frazada y cubrió la mitad de su rostro con ella—. Simplemente no quiero seguir de este modo, ¡parezco un inválido!

    —Pero eres un inválido.

    —¡Freddy! —me reprocha por el comentario.

    —Lo siento.

    Hasta ahora nuestra charla es bastante tranquila. No veo el momento donde todo vaya en picado.

    —¿Por qué yo? —pregunta repentinamente.

    —¿Disculpa?

    —¿Por qué yo? Es decir... De tantos niños en este mundo, ¿por qué soy especial?

    Mis ojos ambar se abrieron del asombro. Mi mente entró en trance y no supe cómo procesar lo anterior dicho por el menor.

    —¿Soy especial para ti? —su mirada busca hacer contacto con la mía, pero yo evito que suceda—. ¿Proteger a un simple niño significó más que salvar a tus amigos?

    —¿Qué quieres decir?

    Esas incógnitas volvían después de creerlas muertas.

    —No valgo mucho, ¿sabes? —rió con nerviosismo.

    Su rostro reflejaba una emoción de tristeza en vez de una cómica. No toleraba escucharlo manospreciarse a sí mismo.

    —Basta, Gregory —tomé su delicado rostro entre mis manos y lo obligé a mirarme fijamente—. Escúchame con atención, ¿bien? —él asintió—: Tú vales mucho, de eso no hay duda. Pero no puedes dar por echo cosas sobres las cuales desconoces. Y sí, mis amigos significan mucho para mí, sin embargo, no aplica cuando hay una vida de por medio, ¿entiendes?

    —Lo entiendo —respondió entristecido.

    —No te estoy regañando de ninguna manera, al contrario, quiero que no haya ningún mal entendido entre nosotros.

    —Descuida, lo tengo muy en cuenta —solté su rostro, no dijo ni una palabra más y me dio la espalda.

    Suspiré, cerré mis ojos pensando en que sería lo último por esta noche, mas no fue así.

    Una sensación de pesadez cubrió gran parte de mis piernas, no fue durante mucho tiempo, después, escuché cómo algo cayó abruptamente en el suelo de madera. Mis sensores se activaron y me levanté rápidamente del sofá.

    Sobre el suelo yacía Gregory, me miró muy asustado cuando me agaché a su altura y lo sostuve entre mis brazos. Un pequeño gruñido salió de sus labios cuando lo volví a recostar en el sofá.

    —¿Qué hacías en el suelo, Gregory? Sabes perfectamente que no puedes realizar actividades físicas en ese estado —le recordé, extendí la manta y lo arropé con ella, pero él la quitó violentamente de su cuerpo.

    —¡Ya estoy cansado, Freddy! —gritó desesperadamente—. ¡Me harté de estar aquí, no quiero seguir en este horrible sofá, quiero ayudarte en cosas!

    —¿Planeabas levantarte a ayudar en ese estado?

    —¡Sí, porque estoy muy aburrido!

    —No puedo permitirlo —recogí la manta tirada y nuevamente intenté ponérsela sin mucho éxito.

    —¡¿Por qué no?!

    —Baja el tono, Gregory.

    —¡No hasta que me des una razón! Dime, ¡¿por qué me sobreproteges?! ¡No me dejas ducharme por mí mismo, tampoco comer, ni siquiera me has dejado conocer las habitaciones del departamento!

    Me crucé de brazos y esperé a que el coraje se le pasara un poco. Mi cabeza comenzaba a doler, era extraño ya que los robot no sufrimos malestares.

    —Te estoy protegiendo —dije sin más.

    Otra vez las emociones jugaban en mi contra.

    —¡No necesitaba que me protegieran! ¡He estado solo durante casi toda mi vida, Freddy!

    —¡¿No puedes entender que eres lo único que tengo, Gregory?!

    Mis piernas fallaron, caí al suelo y exploté en un llanto sin lágrimas.

    ¡¿Por qué es tan difícil hacerlo entender que lo más importante para mí es él?! ¡Desde que huí del Pizzaplex, no tenía ya una motivación para continuar!
¡¿Qué sería de mí sin este pequeño?!

    —F-freddy... Yo... —no lo dejé terminar, jalé de su brazo y lo tumbé al suelo. Ahí es donde me dediqué a abrazarlo mientras mi llanto aún no cesaba.

    —Eres lo que más quiero en este mundo, Gregory —sollocé, acariciaba con cariño su cabellera, mis brazos se negaban a soltarlo—. Lo eres todo, no quiero perderte algún día de estos y que sea por mi culpa.

    Sus pequeñas manos sostuvieron firmemente mi rostro. Noté que de sus ojos salían escasas lágrimas que no se molestó en limpiar.

    —Ambos tenemos miedo a estar solos. Desde que me ayudaste a escapar, te he tomado un gran cariño. Tú no tienes a nadie y te aterra no poder seguir protegiéndome de los males que me perseguían. ¡Pero ya no más, Freddy! ¿Por qué no podemos empezar de nuevo, dejando atrás todo lo anterior?

    Frotaba sus dedos delicadamente contra mis mejillas, él trataba de darme consuelo y la fuerza que necesitaba para superar.

    —¿Qué es lo que te detiene? —susurró.

    —El miedo... Tengo miedo de que te pongas en riesgo y no estar ahí para impedirlo.

    —¡Pero no tiene por qué ser así! ¡Acordamos tenernos más confianza! —su rostro mostraba una sonrisa cálida—. Confía en mí cuando te digo que estaré bien.

    No me aparté de su lado, continuamos en el suelo hasta que los primeros rayos de sol entraron por los ventanales.

    —Tú ganas, Superstar —él apartó sus manos—. Intentaré no desconfiar y prometo que nuestra relación será mucho mejor. Es una promesa.

    El niño limpió sus lágrimas, lo cargué de regreso al sofá para que pudiese descansar por fin.
La frazada la coloqué por tercera vez encima suyo, me aseguré de cubrirlo por completo para su siesta.

    —Duerme un poco, ¿sí? Te quiero.

    Y un beso en la mejilla es lo que recibí como respuesta.

El Dilema De Freddy FazbearWhere stories live. Discover now