Capítulo X

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    La adrenalina de mi cuerpo incrementaba con cada paso que daba.

    Sostenía a un pequeño niño en mis hombros, él ya no mostraba señales de estar conciente.
Continué haciendo los movimientos en su espalda, esperaba al menos una pequeña reacción.

    Corrí por las solitarias calles buscando un hospital de urgencias, la oscuridad de la noche no lo facilitaba.

    A lo lejos, muy distante de mi ubicación, divisé un pequeño lugar, sus puertas aún se encontraba abiertas para cualquier caso de emergencia.
No perdí más el tiempo y llegué a la entrada.

    Separé a Gregory de mi pecho, su respiración era lenta, casi débil. Mi cabeza no tuvo tiempo de pensar en las represalias por haber roto nuestro anonimato. No pensé en las consecuencias que traería exponernos al mundo, pero no pudo importarme menos. Abrí las puertas con decisión y llamé por ayuda.

    —¡Necesito ayuda, por favor! —grité desesperadamente—. ¡Por favor! ¡Que alguien me ayude, por favor!

    Mis gritos consiguieron llamar la atención de unos médicos que se me acercaron para ayudar.

    —¿Cuál es el problema, señor? —preguntó una enfermera, acercándose cuidadosamente a mi persona.

    —Mi pequeño... está muy mal.

    Un doctor se acercó con la intención de examinar a Gregory, tuve que hacer un esfuerzo para poder dárselo. El hombre lo recibió en sus brazos y otras médicas se acercaron a mi niño.

    —El niño no respira... —declaró el doctor—. ¡A emergencias, ahora!

    Los adultos se llevaron a Gregory, todos ellos se perdieron en los largos pasillos blancos.

    Me senté de rodillas en el pulido suelo, escondí mi rostro entre manos, en ese momento dejé escapar un llanto desolador.
Una enfermera se quedó conmigo, no me quitaba los ojos de encima.
Ya presentía el por qué.
   
    —No se preocupe, señor —dijo la mujer—. El doctor hará lo posible para salvar a su niño— con amabilidad, indicó con su dedo a unas sillas azules, muy cercas de recepción—. Por favor, tome asiendo.

    Hice caso a la enfermera, me relajé en la silla mientras ella procedió a retirarse a otra habitación.

    Gregory era lo que invadía mis pensamientos. Esperaba que de verdad mejorara, que esto solo era otro susto como el de la vez pasada.
El destino no podía ser tan cruel conmigo... No, definitivamente no lo aceptaba.

    Esperé durante varios minutos en esas sillas, seguía sin recibir noticias de Gregory y ya comenzaba a impacientarme.
Usé la capucha para esconder mis orejas, estiré las mangas de los brazos y oculté mis manos coloridas en estas.

    Estaba tan distraído que no me di cuenta de que una persona se había parado frente mía.

    Levanté la mirada con mucho temor de ser reconocido. Era un policía.

    —Soy el oficial Brown —dijo el hombre—, por favor, acompáñeme.

    Obedecí las órdenes del agente que me guió hasta una habitación vacía.

    Fue así como terminé aquí.

...

    El agente dejó su bolígrafo de lado, apartó su block de notas sobre la mesa y se removió con incomodidad en su silla.

    —¿Su declaración es completamente cierta, señor Fazbear? —pregunta, mordiendo la punta de su pulgar.

    —Absolutamente, oficial —afirma el gran oso con aspecto demacrado.

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