Capítulo VIII

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    El ruido espumoso del agua era relajante, sus pequeñas manos tenían gran técnica con los movimientos ásperos sobre la tela. Sacó con mucho cuidado el harapo del agua, lo exprimió fuertemente y procedió a sumergirlo en una cubeta con agua limpia.

    —Y así es cómo se lava correctamente una camisa —dijo Gregory.

    Recapitulé paso a paso sus anteriores indicaciones, lo comparé con mi versión y me sonrojé. Estaba abochornado.

    —¡Perdón, Gregory! ¡No tenía idea de que la ropa se enjuagaba después de enjabonarse!

    Negó divertido, pues mi ignorancia le parecía graciosa.

    —No te preocupes, Freddy. Con el tiempo aprenderás, solo no quiero que vuelvas a hacer otra tarea sin antes consultarme.

    Asentí, me agaché a su altura y recogí las cubetas. Hoy había sido un día de aprendizajes. Gregory me había dado consejos sobre las necesidades básicas de los humanos que nunca creí necesitar. El cuidado de la higiene fue, sin duda alguna, el tema más extenso entre aquellos.

    Con lo recién aprendido, ahora tomaba en cuenta los horarios de comida de un niño. Eran casi las 8 de la noche, lo que significaba que ya casi era la hora de la cena.

    En la alacena de la cocina reposaban dos solitarias latas de sopa. Nuestras provisiones ya no eran suficientes como para sobrevivir dentro de las próximas semanas. Tarde o temprano tendría que volver a salir.

    Regresé a la sala con una lata de sopa sabor pollo en manos, la abrí con ayuda del abrefácil y se la entregué a Gregory.

    —¡Oh, espera! Casi olvido la cuchara —exclamé. Regresé de inmediato a la cocina, sin embargo, no encontré nada.

    Nuevamente volví, esta vez con vergüenza.

    —Uhm... Siento informarte sobre la falta de cubiertos, Gregory —anuncié desanimado.

    Mi pobre niño no comería su cena de forma decente.

    Gregory rió levemente, me miraba de forma divertida, como si hubiese contado un mal chiste.

    No entendía nada. ¿Qué era tan gracioso?

    —No te preocupes, Freddy, de verdad —su mano de dirigió a uno de los bolsillos de su pantalón—. Siempre vengo preparado para la ocasión.

    Sacó la tan ansiada cuchara de su bolsa, aunque aún no me explicaba el cómo logró tomarla de entre mis cosas sin que yo me diese cuenta.

    Instintivamente traté de arrebatársela, pero el chico fue más listo y consiguió esquivar mi movimiento.

    Quedé estupefacto. Jamás imaginé esa reacción tan desconfiada de su parte.

    —Gregory, dame la chuchara, por favor —demandé.

    —No.

    —Gregory... —volví a estirar mi brazo en dirección al utensilio en su mano, pero entre más me acercaba, más lo alejaba.

    Di un suspiro, lo miré fijamente. Estaba exausto, cansado, no tenía ganas de discutir.

    —Puedo hacerlo, Freddy —enseguida hundió la chuchara en su sopa y dio un sorbo—. Ya hablamos de esto, ¿recuerdas?

El Dilema De Freddy FazbearWhere stories live. Discover now