Capítulo XI

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    Pequeñas manos aterciopeladas recorrían lentamente por mis cienes.

    Ese amoroso tacto junto a una melodiosa y tierna voz eran lo que mi mente necesitaba. Me relajaba a niveles inimaginables.

"I'll be seeing you
In all the old familiar places
That this heart of mine embraces
All day through"

    Aquel dulce tono mazzsoprano con el que me cantaba tan cálidamente... Podría cerrar mis ojos y no volverlos a abrir jamás.

    La habitación se sumió en un ambiente de paz y armonía. Unos minutos después, Gregory terminó su canción; sus manos se apartaron de mis pómulos. Levanté la mirada en búsqueda de la suya, sus ojitos entreabiertos delataban somnolencia.

    —¿Estás mejor? —preguntó dulcemente, dando una última caricia a mi frente.

    —Muchísimo —afirmé, levantando mi cabeza de su regazo y posicionándome correctamente en el sofá—. Gracias, Gregory.

    —Descuida —sonrió levemente—, sé que también harías lo mismo por mí.

    —De eso no hay duda.

    Él se mantuvo en silencio, aún conservando esa leve expresión de felicidad en su rostro. Sentí cómo recargó su cabeza en uno de mis hombros, y minutos después, unos suaves ronquidos se hicieron escuchar.

    Tomé al niño entre mis brazos, lo devolví al sofá en una posición cómoda para que pudiera dormir. Con delicadeza, usé su frazada y la doblé en su cuerpo para que simulara dos mantas.
Lo vi acurrucarse más entre los cojines y suspiré con alivio.

    Esa noche no la pasé a su lado. Recuerdo haber estado horas y horas mirando las estrellas y el amanecer desde un balcón. Mis pensamientos eran confusos, mis ideas tampoco estaban claras. Hasta ahora, y con todo por lo que había pasado, sentía que mis esfuerzos estaban siendo en vano.
Nuestra situación no mejoraba y la salud del niño no presentaba ninguna mejora desde hacía semanas.

    ¿Por qué las cosas no marchaban bien? ¿Estaba yo haciendo algo mal desde el principio?

    Siempre me lo preguntaré.

    Era estresante tener que pensar en el futuro, en el futuro de Gregory. Nuestro destino ya era incierto. La impotencia de no poder evitarlo me ponía amargamente triste.

    No sé cuánto tiempo estuve mirando el cielo despejado, pero cuando volví a la sala, un sonido alarmante captó mi atención.

    Era una tos.

    No de adulto, si no de alguien joven, muy joven.

    Era Gregory, cubriendo su boca entre sus manos mientras trataba de retener la dolorosa tos en su garganta.

    Realmente me dolía verle de esa manera.

    Me acerqué para poder auxiliarlo, me miró durante un segundos sin dejar de toser.
Por un momento creí escucharlo balbucear unas pocas palabras pero la tos crónica dificultaba su vocalización.

    —Aguarda, iré por agua —el chico asintió, aún seguía sin poder responderme.

    Busqué en la cocina lo poco de agua que nos quedaba, en una estantería encontré una botella medio llena.

    Retomé mi camino a la sala principal, destapé la botella e incliné la boquilla a los labios del niño.

    Tan solo dio tres sorbos, la tos le hizo escupir el líquido que retenía en su boca.

El Dilema De Freddy FazbearWhere stories live. Discover now