Capítulo 1

57 7 9
                                    

Y allí está ella otra vez, detrás de mí. Únicamente habla y produce un sonido con su boca que es desesperante, como si se estuviera ahogando o estuviese siendo ahorcada. No puedo ver su rostro y, aunque intento saber quién es, siempre termino en un lío mental.

Todo comenzó hace una semana y desde entonces este infierno no tiene luces de acabar. Era un día gris, las nubes tapaban la ciudad y mi casa, hecha en su casi totalidad de roble, aparentaba un museo viejo y abandonado. Tomé mi bastón y me levanté de la cama para ir al cuarto donde están mis estanterías de libros. Un cuarto con algo de polvo y abandonado. Desde que estoy solo, hacer las cosas básicas como limpiar y ordenar se me volvieron un ritual de concentración y dolor. Mi espalda no me permite caminar de forma tranquila y mis rodillas ya no pueden sostenerse solas, todo se ha vuelto difícil en mi día a día.

Escucho el sonido de la lluvia caer y salgo rápidamente del cuarto de lectura en busca de mi vino y una copa: esta es mi tradición de los días grises. Mientras sirvo el vino en la copa puedo ver por las ventanas de la cocina que pasan coches de policía a toda velocidad con sus alarmas encendidas.

— ¿Qué habrá pasado? — dije casi susurrando.

Y en ese segundo de silencio en el que terminé la frase, una voz baja y muy suave me responde.

— Están muertos.

Quedé paralizado, el corazón me latía rápido, el frío me abrazó y la piel se me volvió de gallina. Giré rápidamente para ver si alguien estaba detrás de mí, miré por los alrededores y no había nadie. Seguía estando solo en mi vieja casa. Llené la copa y me convencí a mí mismo de que mi edad y la soledad me están jugando en contra. Me devuelvo animado al cuarto de lectura y, haciendo caso omiso a la situación ocurrida, pongo la copa en la pequeña mesa que está junto a la ventana enorme del cuarto y acomodo el asiento a un lado de la mesa para apreciar una buena vista al ritmo de mi lectura.

Me siento y coloco mi libro suavemente en mis débiles piernas, fijo mi mirada en la ventana, observo la casa de enfrente y noto que la familia Coldwell está empacando sus cosas en el auto.

Los Coldwell son una familia muy unida, siempre se les nota cómo la felicidad alumbra su casa, ni siquiera estos días nublados y oscuros les quitan esa sensación de unión y paz. Los envidio porque son exactamente lo que fuimos mi esposa, mi pequeña hija y yo.

La señora Any y el señor Dan son muy amables con todo el vecindario, especialmente conmigo: algunas veces suelen traerme comida para la cena o normalmente siempre están invitándome a celebraciones familiares. Entiendo por qué lo hacen, se apiadan de mi soledad. Desde el momento en el que ocurrió ese accidente, ellos dos siempre estuvieron atentos a mí. Me siento totalmente agradecido por tener a personas cerca y atentas a mí en todo momento.

Veo al señor Dan notar mi presencia a través de la ventana del auto, baja la ventanilla para hacerme un gesto de despedida con la mano.

Para estas fechas siempre se van de viaje, no tengo claro si es por algún motivo personal o simplemente son vacaciones, esas vacaciones que no tomo hace años pero cuánto desearía estar acostado en la arena tomando sol pero de lo viejo que estoy puedo apostar que si logro tumbarme en la cálida arena no podría levantarme nunca más y como último momento de vida, el sol me comería al rojo vivo.

Le devuelvo el gesto y una leve sonrisa al señor Dan. Solo espero que todo salga bien en su camino de viaje.

Levantó la copa con suavidad y tomó un pequeño sorbo de vino. Lo disfrutó como si fuera el último, porque a mi edad nadie sabe cuándo será el último placer de la vida. Abrí el libro que tengo en mis piernas y comencé a leerlo, noté que el libro, en algunas páginas, estaba con algo de polvo, como si llevara algún tiempo largo sin ser movido de su lugar. Seguí centrado en la lectura como si no hubiera nada más a mi alrededor, solo yo, un viejo libro y mi imaginación. La buena trama logró que el tiempo pasara excesivamente rápido, pero no importa el tiempo en esta edad tan avanzada porque el aburrimiento y las horas pasan igual de lento. La lectura es mi diversión de anciano.

En un momento de cambiar una de las hojas para seguir leyendo, levanté la mirada y noté que la luz de la cocina de la casa de los Coldwell estaba encendida.

Supuse que se habían olvidado de apagarla, aunque es muy extraño porque nunca habían dejado alguna luz encendida cuando iban de viaje. Dejé el libro en la mesa, tomé mi bastón y me levanté, comencé a caminar hacia la puerta para buscar las llaves de copia de la casa de los Coldwell, así poder entrar y apagar la luz.

Por seguridad siempre dejo las llaves escondidas en el cajón más alto de mi clóset ya que creo que es un buen escondite en caso de cualquier situación no deseada. Abrí el clóset y un desagradable olor a podrido salió de adentro inundando mi nariz. Es un olor similar a los cadáveres descompuestos que solía examinar antes de mi jubilación. Intenté buscar de dónde o de qué cosa provenía ese olor putrefacto. Comencé a sacar todas mis prendas de ropa y algunas cajas pequeñas guardadas dentro y no encontré paradero alguno de su existencia. Ignoré el mal olor que abundaba ya que pasé años sintiendo los olores de cadáveres descompuestos y se me volvió una costumbre. Puedo afirmar que este olor es un poco menos repugnante que el de un humano sin vida.

Abrí el cajón en el que dejo la llave ayudándome de mi bastón y poniendo un poco los pies en puntas para alcanzar a poner la mano dentro del cajón. Metí mi mano y sentí la llave chocar con mis dedos, jugueteando un poco para tomarlas puedo sentir que mi mano se choca con algo parecido a una masa, es una masa suave y dura a la vez. La tomé, la apreté con fuerza y se escuchó como pequeños palitos se quebraban. Saqué la masa olvidándome de las llaves y al percatarme de que era lo que menos imaginaba la solté rápidamente contra el suelo. Observé mi mano sucia y con un poco de sangre. Volví a mirar el suelo y solo pude ver una rata molida con sus ojos en blanco y derramando gotas de sangre a través de su pequeño hocico.

Mi primer y único pensamiento fue "Tú eres la razón de este repugnante olor".

Fui directo al baño a quitarme la sangre y la suciedad de la rata muerta en el lavamanos. Sintiéndome un poco mal por haber molido a la pobre rata, salí del baño y caminé a la cocina para buscar unos guantes y una bolsa de basura pequeña.

Volví a mi habitación y escuché como caía el agua del lavamanos. Sé que estoy viejo y mi cerebro se volvió distraído, pero estoy seguro de que cerré la llave del lavamanos perfectamente. Caminé por el pasillo y entré al baño que queda justo al lado de mi habitación, vi que el agua caía sin explicación alguna y solo me limité a cerrarla. Salí del baño y cerré la puerta para entrar a mi habitación. Me acerqué a la rata con mis guantes puestos y la bolsa de basura y con un gran esfuerzo me arrodillé a tomarla de la cola y ponerla dentro de la bolsa. Sentí mi espalda quebrarse, pero no es ningún tipo de novedad, raro sería que todo estuviera bien en mi a esta edad.

Me levanté y caminé a la salida de mi casa para dejar al pobre animal en el tarro de basura. Abrí la puerta principal de mi arruinado hogar y lo primero que noté me dejó lleno de dudas y preguntas. La luz de la cocina de la familia Coldwell estaba apagada.

Di un vistazo a la bolsa de basura que colgaba de mi mano y junté levemente la puerta, asegurándome de que no se cerrara para salir de mi casa y poder volver a entrar sin problemas luego de dejar al ratón en el tarro de basura. Me mantuve pensativo, como si algo me estuviera sucediendo, quizás todo son simples coincidencias y mi cerebro con muchos años de experiencia no aporta demasiado a mi realidad.

Entré en la casa y recordé la llave de copia que me entregaron los Coldwell. Siempre pienso que debieron habérsela dado a algún vecino que esté capacitado, quiero creer que también alguien más recibió una copia y no solo yo. Quizás lo hicieron como gesto de confianza o algún tipo de invitación permanente a su casa. Hasta ahora solo una vez fui obligado a sacar la llave de esa casa. Sucedió en una noche donde el silencio reinaba en el vecindario. La señora Amy sacó su perro a pasear y dejó las llaves dentro, eso fue lo que me explicó. Desde entonces esas llaves siguen guardadas.

Volví al cuarto de lectura para seguir con mi entretenimiento. Me fijé en el reloj colgado en el cuarto y me percaté de que eran las siete de la tarde. Mi hora de la cena es a las nueve, así que retomé mi lectura ansiosamente.

Transcurrido un largo tiempo de lectura, me doy cuenta de que es la hora de la cena. Dejo el libro en la mesa pequeña que está a mi lado, levanto la copa de vino y la pongo delante de mis ojos, apreciando el recipiente con un poco de líquido rojo como la sangre. Doy el último sorbo, dejo la copa en la mesa y, de forma brusca, ocurre un apagón de luz.

Enojado y frustrado, decido levantarme para buscar una linterna, pero algo me detuvo en seco. La ventana reflejaba con las luz del póster de afuera cómo alguien está parado justo detrás de mí.

Atrás de mi Where stories live. Discover now