Capítulo 4

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En la actualidad...

Dejé la vista fija en la ventana. Mis ojos abiertos expresaban el miedo que consumía mi cuerpo, y mis manos cada vez se aferraban más a ese libro entre mis piernas. Podía notar lo acelerado que estaba mi corazón. A pesar de que mi respiración se agitó de golpe, pude controlarlo un poco. Hice todo lo posible para no llamar la atención de lo que sea que estaba a mi lado. Solo puedo pensar en que alguien me salve, que volviera la maldita luz y sentirme un poco tranquilo. ¿Qué era lo que estaba a mi lado o, mejor dicho, quién era? Las preguntas y las dudas venían a mí como si fueran una atracción.

Vuelvo a fijar lentamente la mirada en el reflejo de la ventana. La curiosidad de verla de cerca era más que el miedo. Lo que pude ver me dejó en un desorden de pensamientos. Esos dos cuencos oscuros y vacíos ahora eran dos ojos de un color azul increíblemente hermoso, un azul que no puede ser descrito porque no es de este mundo. Lo que se supone que era su boca, tapada en piel, ahora estaba a la vista; sus labios son perfectamente simétricos, su nariz con esa extraordinaria curva resaltaban su rostro y, por sobre todo, ese cabello largo y oscuro como el carbón acompañaba perfectamente ese rostro esculpido.

No entiendo nada. Quiero creer que aquella mujer desfigurada y sin boca que vi acercarse fue imaginación mía. Quizás el miedo influyó demasiado en mí que no pude ver la realidad, pero aún así tengo muchas dudas. Ahora tengo parado a mi lado a una mujer increíblemente hermosa; no sé cómo actuar, no sé qué hacer. Por un momento pensé en hablar, en preguntarle quién era y qué quiere, pero el miedo y la duda seguían dominándome a pesar de que ahora estaba a mi lado lo que fácilmente podría ser una modelo.

Pasaron dos o tres minutos en que ninguno de los dos hizo el mínimo movimiento, dos o tres minutos en que el silencio era horrible, era indescriptible, era agónico. Vuelvo a fijar la vista hacia otro lado y pienso en algunas posibilidades para salir de aquí, pero todo se ve imposible debido a que mi edad ya no me permite correr. Intentar tomar mi bastón y levantarme sería suficiente para terminar muerto. Pensé en empujarla, pero nada saldría bien si no pudiera moverla y aún así no sé cómo reaccionaría. Mi única esperanza es que pasara alguien por la calle y pudiera ver lo que está frente a mí, así quizás podría intervenir y salvarme de esta situación infernal. No tengo más opción que solo esperar y ver qué sucede.

La situación se mantuvo durante unos treinta minutos. Esperé que al menos hablara o hiciera algún tipo de movimiento, pero era similar a tener una estatua a mi lado. Intenté centrarme en su respiración y no podía oír nada, no parpadeaba y lo peor de todo es que no daba signo de vida. La desesperación me ganaba y yo debía hacer algo, así que me decidí a hablar.

—¿Quién eres? —mi voz tembló.

No recibí respuesta alguna. Allí seguía ella, parada y quieta como una figura de cera, observando a través de la ventana. En cambio, comenzó a sonreír y luego pasó a reír. Una risa tierna pero lenta, con un tono parecido al de cuando los robots inteligentes te hablan, como si hubiera un micrófono de mala calidad o roto que modifica tu voz. No entendía qué pasaba, pero ya no quería saber nada. Desaparecer era mi mejor opción, o quizás un ataque al corazón y dejaría de estar en este infierno.

Ella ríe y ríe y no para durante un buen rato, luego levanta lentamente su mano pálida que está a mi lado y a través de la ventana apunta con su dedo índice a la casa de la familia Coldwell. La risa se detiene de golpe y entonces, en ese momento, sabía que lo que sospeché hace 20 años era verdad.

20 años atrás...

—Bien, señor Arthur, empecemos —se levanta del escritorio, colocando ambas manos sobre este, y camina hacia un rincón donde hay una silla y sobre ella una grabadora—. Como ya sabe, todo lo que se diga aquí será grabado, así que responda de forma segura y sincera.

—Entiendo —respondí, de manera cortante.

—¿Tenían problemas antes de lo sucedido? —preguntó el policía.

—No, ningún tipo de problema.

—¿Su esposa sufría algún tipo de problemas mentales? ¿Depresión, ansiedad o algo por el estilo? —Me lanzó una mirada fija.

—Era la persona más feliz del mundo, aunque, como todos, tenía sus problemas personales, pero nunca se dejó llevar por la tristeza o la rabia —mis ojos se pusieron rojos, pero luché para mantenerme fuerte.

—¿Qué problemas tenía? —preguntó rápidamente.

—Problemas en el trabajo, financieros, problemas de pareja. Usted sabe, señor, problemas típicos que toda persona normal tendría.

—Bien, señor Arthur, espéreme un momento —se levantó de la silla, salió unos minutos de la sala y volvió a entrar con una máquina de reproducción—. Quiero que me diga qué es esto.

Mis lágrimas cayeron. Aquello que tenía en la mano era un regalo que le di a mi hija en su último cumpleaños. Sentí morir, sentí perder.

—Es un reproductor de música, se lo regalé a mi hija hace casi un año —respondí, limpiándome las lágrimas.

—Entiendo cómo se siente, pero debe escuchar esto.

El policía me pasó el aparato con unos auriculares y me ordenó ponérmelos. Me pregunté si estaba hablando en serio; por un momento pensé que se estaba burlando de mí con este dolor, o quizás estaba haciendo pruebas en mí, pero tener este aparato en mis manos era lo más cerca que podía estar de mi hija, y me negaba a soltarlo, así que obedecí su orden.

Coloqué mi dedo en el botón que está al lado del aparato, respiré suavemente y lo presioné. Escuché la voz de mi hija, y el corazón se me volvió a unir para quebrarse otra vez...

Todo estaba normal por un instante, parecía que estaban jugando en el patio. Las risas inundaban el momento, y podía sentir que la felicidad me contagiaba. Simplemente, un momento hermoso en el cual no estuve por culpa de mi trabajo. Los minutos seguían igual de animados, pero escuché cómo Lynne le decía lentamente a mamá: "Mami, un hombre está parado detrás de ti". Un silencio de unos segundos y a continuación se escucharon gritos. Las dos gritaron asustadas, y el miedo se podía sentir como si estuviera en ese lugar. "¡Lynne, corre y sal de la casa!". Solo podía pensar que mi esposa estaba defendiendo a nuestra hija con su vida. "¡No! ¡No! ¡Mamá, no!". Se cortó por un momento y escuché las últimas palabras de mi hija: "Él está intentando entrar a mi cuarto, tengo miedo, ven a salvarme, papá. Son los...". Y la grabación se acabó.

La rabia, la ira, la tristeza y todo sentimiento que congela y hierve la sangre a la vez entraron en mi corazón. No sabía qué decir, no sabía qué pensar, no sabía cómo reaccionar. Si estaba muerto en vida, después de esto volví a renacer para agonizar otra vez. Me quité los auriculares, dejé lentamente el aparato en la mesa, y el silencio me dio un disparo en la frente. No podía procesar nada, no sabía nada.

—Señor Arthur, esto lo encontramos debajo de la cama de su hija. Sospechamos que fue el último momento con vida y que al menos quería dejar pruebas —caminó lentamente hacia mí y, con una mano, me apretó el hombro—. Mi compañero y yo estábamos equivocados. Su mujer no se suicidó, la colgaron.

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